viernes, 25 de julio de 2014

A Rafael Alberti.



(Puerto de Santa María, España).

RAFAEL, antes de llegar a España me salió al camino
tu poesía, rosa literal, racimo biselado,
y ella hasta ahora ha sido no para mí un recuerdo,
sino luz olorosa, emanación de un mundo.

A tu tierra reseca por la crueldad trajiste
el rocío que el tiempo había olvidado,
y España despertó contigo en la cintura,
otra vez coronada de aljófar matutino.

Recordarás lo que yo traía: sueños despedazados
por implacables ácidos, permanencias
en aguas desterradas, en silencios
de donde las raíces amargas emergían
como palos quemados en el bosque.
Cómo puedo olvidar, Rafael, aquel tiempo?

A tu país llegué como quien cae
a una luna de piedra, hallando en todas partes
águilas del erial, secas espinas,
pero tu voz allí, marinero, esperaba
para darme la bienvenida y la fragancia
del alhelí, la miel de los frutos marinos.

Y tu poesía estaba en la mesa, desnuda.

Los pinares del Sur, las razas de la uva
dieron a tu diamante cortado sus resinas,
y al tocar tan hermosa claridad, mucha sombra
de la que traje al mundo, se deshizo.

Arquitectura hecha en la luz, como los pétalos,
a través de tus versos de embriagador aroma
yo vi el agua de antaño, la nieve hereditaria,
y a ti más que a ninguno debo España.
Con tus dedos toqué panal y páramo,
conocí las orillas gastadas por el pueblo
corno por un océano, y las gradas
en que la poesía fue estrellando
toda su vestidura de zafiros.

Tú sabes que no enseña sino el hermano. 
Y en esa hora no sólo aquello me enseñaste,
no sólo la apagada pompa de nuestra estirpe,
sino la rectitud de tu destino,
y cuando una vez más llegó la sangre a España
defendí el patrimonio del pueblo que era mío.

Ya sabes tú, ya sabe todo el mundo estas cosas.
Yo quiero solamente estar contigo,
y hoy que te falta la mitad de la vida,
tu tierra, a la que tienes más derecho que un árbol,
hoy que de las desdichas de la patria no sólo
el luto del que amamos, sino tu ausencia cubren
la herencia del olivo que devoran los lobos,
te quiero dar, ay!, si pudiera, hermano grande,
la estrellada alegría que tú me diste entonces.

Entre nosotros dos la poesía
se toca como piel celeste,
y contigo me gusta recoger un racimo,
este pámpano, aquella raíz de las tinieblas.

La envidia que abre puertas en los seres
no pudo abrir tu puerta ni la mía. Es hermoso
como cuando la cólera del viento
desencadena su vestido afuera
y están el pan, el vino y el fuego con nosotros
dejar que aúlle el vendedor de furia,
dejar que silbe el que pasó entre tus pies,
y levantar la copa llena de ámbar
con todo el rito de la transparencia.

Alguien quiere olvidar que tú eres el primero?
Déjalo que navegue y encontrará tu rostro.
Alguien quiere enterrarnos precipitadamente?
Está bien, pero tiene la obligación del vuelo.

Vendrán, pero quién puede sacudir la cosecha
que con la mano del otoño fue elevada
hasta teñir el mundo con el temblor del vino?

Dame esa copa, hermano, y escucha: estoy rodeado
de mi América húmeda y torrencial, a veces
pierdo el silencio, pierdo la corola nocturna,
y me rodea el odio, tal vez nada, 
el vacío de un vacío, el crepúsculo de un perro, 
de una rana, y entonces siento que tanta tierra mía nos separe,
y quiero irme a tu casa en que, yo sé, me esperas,
sólo para ser buenos como sólo nosotros
podemos serlo.
No debemos nada.

Y a ti sí que te deben, y es una patria: espera.

Volverás, volveremos. Quiero contigo un día
en tus riberas, ir embriagados de oro
hacia tus puertos, puertos del Sur que entonces no alcancé.
Me mostrarás el mar donde sardinas
y aceitunas disputan las arenas,
y aquellos campos con los toros de ojos verdes
que Villalón (amigo que tampoco
me vino a ver, porque estaba enterrado)
tenía, y los toneles del jerez, catedrales
en cuyos corazones gongorinos
arde el topacio con pálido fuego.

Iremos, Rafael, adonde yace
aquel que con sus manos y las tuyas
la cintura de España sostenía.
El muerto que no pudo morir, aquel a quien tú guardas,
porque sólo tu existencia lo defiende.

Allí está Federico, pero hay muchos que, 
hundidos, enterrados, entre las cordilleras españolas, 
caídos injustamente, derramados,
perdido cereal en las montañas,
son nuestros, y nosotros estamos en su arcilla.

Tú vives porque siempre fuiste un dios milagroso.
A nadie más que a ti te buscaron, querían
devorarte los lobos, romper tu poderío.
Cada uno quería ser gusano en tu muerte.

Pues bien, se equivocaron. 
Es tal vez la estructura de tu canción, intacta transparencia,
armada decisión de tu dulzura,
dureza, fortaleza, delicada,
la que salvó tu amor para la tierra.

Yo iré contigo para probar el agua
del Genil, del dominio que me diste,
a mirar en la plata que navega
las efigies dormidas que fundaron
las sílabas azules de tu canto.

Entraremos también en las herrerías: ahora
el metal de los pueblos allí espera
nacer en los cuchillos: pasaremos cantando
junto a las redes rojas que mueve el firmamento.
Cuchillos, redes, cantos borrarán los dolores.
Tu pueblo llevará con las manos quemadas
por la pólvora, como laurel de las praderas,
lo que tu amor fue desgranando en la desdicha.

Sí, de nuestros destierros nace la flor, la forma
de la patria que el pueblo reconquista con truenos,
y no es un día solo el que elabora
la miel perdida, la verdad del sueño,
sino cada raíz que se hace canto
hasta poblar el mundo con sus hojas.
Tú estás allí, no hay nada que no mueva
la luna diamantina que dejaste:

la soledad, el viento en los rincones,
todo toca tu puro territorio,
y los últimos muertos, los que caen
en la prisión, leones fusilados,
y los de las guerrillas, capitanes
del corazón, están humedeciendo
tu propia investidura cristalina,
tu propio corazón con sus raíces.

Ha pasado el tiempo desde aquellos días en que compartimos
dolores que dejaron una herida radiante,
el caballo de la guerra que con sus herraduras
atropelló la aldea destrozando los vidrios.
Todo aquello nació bajo la pólvora,
todo aquello te aguarda para elevar la espiga,
y en ese nacimiento se envolverán de nuevo
el humo y la ternura de aquellos duros días.

Ancha es la piel de España y en ella tu acicate
vive como una espada de ilustre empuñadura,
y no hay olvido, no hay invierno que te borre,
hermano fulgurante, de los labios del pueblo.
Así te hablo, olvidando tal vez una palabra,
contestando al fin cartas que no recuerdas
y que cuando los climas del Este me cubrieron
como aroma escarlata, llegaron hasta mi soledad.
Que tu frente dorada
encuentre en esta carta un día de otro tiempo,
y otro tiempo de un día que vendrá.
Me despido
hoy, 1948, dieciséis de diciembre,
en algún punto de América en que canto.



Pablo Neruda.

jueves, 24 de julio de 2014

Ah, yo quiero vivir.





Ah, yo quiero vivir 
dentro del orden general 
de tu mundo. 
Necesito vivir entre los hombres. 
Veo un árbol: sus brazos ya en angustia 
o ya en delicia lánguida 
proclaman su verdad: 
su alma de árbol se expresa, 
irreductiblemente única. 
Pero el hombre que pasa junto a mí 
el hombre moderno 
con sus radios, con sus quinielas, con sus películas sonoras 
con sus automóviles de suntuosa hojalata
o con sus tristes vitaminas, 
mudo tras su etiqueta que dice «comunismo» o «democracia» dice, 
con apagados ojos y un alma de ceniza 
¿que es?, ¿quién es?

¿Es una mancha gris, un monstruo gris?

Monstruo gris, gris profundo, 
profundamente oculta sus amores, sus odios, 
gris en su casa, 
gris en su juego, 
en su trabajo, gris, 
hombre gris, de gris alma. 
Yo quiero, necesito, 
mirarle allá a la hondura de los ojos, conocerle, 
arrancarle su careta de cemento, 
buscarle por detrás de sus tristes rutinas. 
Por debajo de sus fórmulas de lorito real 
(¡Pase usted! ¡Tanto gusto!), 
aventarle sus tumbas de ceniza
huracanarle su cloroformo diario.

Un día llegará en que lo gris se rompa, 
y tus bandos resuenen arcangélicos, 
oh gran Dios.

Dime, Dios mío, que tu amor refulge 
detrás de la ceniza. 
Dame ojos que penetren tras lo gris 
la verdad de las almas, 
la hermosa desnudez de tu imagen: 
el hombre.



Dámaso Alonso.

miércoles, 23 de julio de 2014

En los extremos estás.




En los extremos estás
De ti, por ellos te busco.
Amarte: ¡qué ir y venir
A ti misma de ti misma!
Para dar contigo, cerca,
¡Qué lejos habrá que ir!
Amor: distancias, vaivén
Sin parar.

En medio del camino, nada.
No, tu voz no, tu silencio.
Redondo, terso, sin quiebra,
Como aire, las preguntas
Apenas le rizan,
Como piedras, las preguntas
En el fondo se las guarda.
Superficie del silencio
Y yo mirándome en ella.
Nada, tu silencio, sí.

O todo tu grito, sí.
Afilado en el callar,
Acero, rayo, saeta,
Rasgador, desgarrador,
¡Qué exactitud repentina
Rompiendo al mundo la entraña,
Y el fondo del mundo arriba,
Donde él llega, fugacísimo!
Todo, sí, tu grito, sí.

Pero tu voz no la quiero.



Pedro Salinas.

martes, 22 de julio de 2014

Nombre.




Mía eres. 
Pero otro es aparentemente tu dueño. 
Por eso, cuando digo tu nombre
algo oculto se agita en mi alma.
Tu nombre suave, apenas pasado delicadamente por mi labio.
Pasa, se detiene, en el borde un instante se queda
y luego vuela ligero, ¿quién lo creyera?, hecho puro sonido.
Me duele tu nombre como tu misma 
dolorosa carne en mis labios.
No sé si él emerge de mi pecho. 
Allí estaba dormido, celeste, acaso luminoso. 
Recorría mi sangre su sabido dominio, 
pero llegaba un instante en que pasada 
por la secreta yema donde tú residías,
secreto nombre, nunca sabido, por nadie aprendido,
doradamente quieto, cubierto sólo, sin ruido, por mi leve sangre.
Ella luego te traía a mis labios. 
Mi sangre pasaba con su luz todavía por mi boca. 
Y yo entonces estaba hablando con alguien,
y arribaba el momento en que tu nombre con mi sangre pasaba por mi labio.
Un instante mi labio por virtud de su sangre sabía
a ti, y se ponía dorado, luminoso: brillaba de tu sabor sin que nadie lo viera.
Oh, cuán dulce era callar entonces, un momento.
 Tu nombre, ¿decirlo?, ¿Dejarlo que brillara, secreto, revelado a los otros?
Oh, callarlo, más secretamente que nunca, tenerlo en la boca, sentirlo
continuo, dulce, lento, sensible sobre la lengua, 
y luego cerrando los ojos, dejarlo pasar al pecho
de nuevo, en su paz querida, en la visita callada
que se alberga, se aposenta y delicadamente se efunde.
Hoy tu nombre está aquí. 
No decirlo, no decirlo jamás, como un beso que nadie daría, 
como nadie daría los labios a otro amor sino al suyo.


Vicente Aleixandre.

lunes, 21 de julio de 2014

Caracol silencioso.




Caracol silencioso 
en búsqueda del fuego 
de la red de obsidiana 
donde caen recuerdos 
del minúsculo espejo 
garabato del tiempo 
tensa cuerda de luna 
en arpegios despiertos. 

Sombra clara y profunda 
el margen de tu cuerpo.



Gerardo Diego.

      Eternidad. Este jardín donde estoy siempre estuvo en mí. No existo. Tanta vida, tal conciencia, borran mi ser en el tiempo. Conocer la...