viernes, 15 de julio de 2016

Horizonte.



En una tarde clara y amplia como el hastío,
cuando su lanza blande el tórrido verano,
copiaban el fantasma de un grave sueño mío
mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.

La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,
era un cristal de llamas, que al infinito viejo
iba arrojando el grave soñar en la llanura...
Y yo sentí la espuela sonora de mi paso
repercutir lejana en el sangriento ocaso,
y más allá, la alegre canción de un alba pura.


Antonio Machado.

jueves, 14 de julio de 2016

Entre dos fechas.



Me encuentro entre dos fechas
de tu amorosa vida,
entre tu adiós y mi esperanza;
en medio de un camino
que es eternidad pura:
tiempo a vista de pájaro.



Manuel Altolaguirre.

miércoles, 13 de julio de 2016

Sólo morir de día.




El mundo glorifica sus alas.
Bosque inmenso, selva o león o nube;
pupila lentísima que casi no se mueve;
dolorosa lágrima donde brilla un lucero,
un dolor como un pájaro, iris fugaz en lluvia.

Tu corazón gemelo del mío,
aquel alto cantil desde el cual una figura diminuta
mueve sus brazos que yo casi no veo, pero que sí que escucho;
aquel punto invisible adonde una tos o un pecho que aún respira,
llega como la sombra de los brazos ausentes.

Tu corazón gemelo como un pájaro en tierra,
como esa bola huida que ha plegado las alas,
como dos labios solos que ayer se sonreían...

Una mágica luna del color del basalto
sale tras la montaña como un hombro desnudo.
El aire era de pluma, y a la piel se la oía
como una superficie que un solo esquife hiere.

¡Oh corazón o luna, oh tierra seca a todo,
oh esa arena sedienta que se empapa de un aire
cuando sólo las ondas amarillas son agua!

Agua o luna es lo mismo: lo impalpable a las manos,
linfa que goteando sobre la frente fría
finge pronto unos labios o una muerte escuchada.

Quiero morir de día, cuando la luna blanca,
blanca como ese velo que oculta sólo un aire,
boga sin apoyarse, sin rayos, como lámina,
como una dulce rueda que no puede quejarse,
aniñada y castísima ante un sol clamoroso.

Quiero morir de día, cuando aman los leones,
cuando las mariposas vuelan sobre los lagos,
cuando el nenúfar surte de un agua verde o fría,
soñoliento y extraño bajo la luz rosada.

Quiero morir al límite de los bosques tendidos,
de los bosques que alzan los brazos.
Cuando canta la selva en alto y el sol quema
las melenas, las pieles o un amor que destruye.

Vicente Aleixandre.

martes, 12 de julio de 2016

Aire y nieblas.




El fantasma del agua
es la niebla amorosa,
un agua de ultratumba
enamorada y ciega,
que penetra en el aire
como un labio en los labios.

Todo el ámbito es beso
de aire y niebla,
de alma y alma,
como si un invisible
amor interminable
cubriera la ciudad.

Bajo esta unión sin límites,
los hombres solitarios
se encierran en sí, aguardan
olvidos y presagios,
nieblas íntimas, aires,
besos encarcelados,
dicha sin libertar.

Manuel Altolaguirre.

lunes, 11 de julio de 2016

Después del amor.




Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,
como el silencio que queda después del amor,
yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo
hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.
Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído.
Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace un instante,
en desorden, como lumbre cantaba.
El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su forma continua,
para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de la llama,
convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites se rehace.

Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios, delicadamente desnudos,
se sabe que la amada persiste en su vida.
Momentánea destrucción el amor, combustión que amenaza
al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera,
sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas
la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente la vida,
la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad nos llamaba.
He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado,
opulento de su sangre serena, dorado reluce.
He aquí los senos, el vientre, su redondo muslo, su acabado pie,
y arriba los hombros, el cuello de suave pluma reciente,
la mejilla no quemada, no ardida, cándida en su rosa nacido,
y la frente donde habita el pensamiento diario de nuestro amor, que allí lúcido vela.
En medio, sellando el rostro nítido que la tarde amarilla caldea sin celo,
está la boca fina, rasgada, pura en las luces.
OH temerosa llave del recinto del fuego.
Rozo tu delicada piel con estos dedos que temen y saben,
mientras pongo mi boca sobre tu cabellera apagada.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...