jueves, 14 de mayo de 2015

Razón de amor. Versos 270 a 308.







Estabas, pero no se te veía
aquí en la luz terrestre,en nuestra luz de todos.
Tu realidad vivía entre nosotros indiscernible
y cierta como la flor, el monte, el mar,
cuando a la noche son un puro sentir,casi invisible.
El mediodía terrenal esa luz suficiente
para leer los destinos y los números, nunca pudo explicarte.
Tan sólo desde ti venir podía tu aclaración total.
Te iban buscando por tardes grises, por mañanas claras,
por luz de luna o sol, sin encontrar.
Es que a ti sólo se llega por tu luz.
Y así cuando te ardiste en otra vida,
en ese llamear tu luz nació,
la cegadora luz que te rodea
cuando mis ojos son los que te miran
-esa que tú me diste para verte-,
para saber quién éramos tú y yo: la luz de dos.
De dos, porque mis ojos son los únicos
que saben ver con ella, porque con ella sólo pueden verte a ti.
Ni recuerdos nos unen, ni promesas.
No. Lo que nos enlaza es que sólo entre dos, únicos dos,
tú para ser mirada, yo mirándote, vivir puede esa luz.
Y si te vas te esperan, procelosas las auroras,
las lumbres cenitales, los crepúsculos,
todo ese oscuro mundo que se llama no volvernos a ver:
no volvernos a ver nunca en tu luz.


Pedro Salinas.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Razón de amor. Versos 733 a 784







Aquí,
en esta orilla blanca
del lecho donde duermes,
estoy al borde mismo de tu sueño.
Si diera un paso más,
caería en sus ondas, rompiéndolo
como un cristal.
Me sube el calor de tu sueño
hasta el rostro.
Tu hálito te mide la andadura
del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve,
me entrega ese tesoro exactamente:
el ritmo de tu vivir soñando.
Miro.
Veo la estofa de que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
toda entera, desnuda,
cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
las ansias y los besos:
esperan, ya sin prisa,
a que abriendo los ojos
renuncies a tu ser invulnerable.
Busco tu sueño.
Con mi alma doblada sobre ti
las miradas recorren, traslúcida, tu carne
y apartan dulcemente las señas corporales
por ver si hallan detrás
las formas de tu sueño.
No lo encuentran.
Y entonces pienso en tu sueño.
Quiero descifrarlo.
Las cifras no sirven, no es secreto.
Es sueño y no misterio.
Y de pronto, en el alto silencio de la noche,
un soñar mío empieza
al borde de tu cuerpo; en él el tuyo siento.
Tú dormida, yo en vela,
hacíamos lo mismo.
No había que buscar: tu sueño era mi sueño.


Pedro Salinas.

martes, 12 de mayo de 2015

El último amor II.





Las palabras del abandono. 
Las de la amargura.
Yo mismo, sí, yo y no otro.
Yo las oí. 
Sonaban como las demás. 
Daban el mismo sonido.
Las decían los mismos labios, 
que hacían el mismo movimiento.
Pero no se las podía oír igual. 
Porque significan: las palabras significan. 
Ay, si las palabras fuesen sólo un suave sonido,
y cerrando los ojos se las pudiese escuchar en el sueño...
Yo las oí. 
Y su sonido final fue como el de una llave que se cierra.
Como un portazo.
Las oí, y quedé mudo.
Y oí los pasos que se alejaron.
Volví, y me senté.
Silenciosamente cerré la puerta yo mismo.
Sin ruido. 
Y me senté. 
Sin sollozo.
Sereno, mientras la noche empezaba.
La noche larga. Y apoyé mi cabeza en mi mano.
Y dije...
Pero no dije nada. 
Moví mis labios. 
Suavemente, suavísimamente.
Y dibujé todavía el último gesto, 
ese que yo ya nunca repetiría.


Vicente Aleixandre.

lunes, 11 de mayo de 2015

Narciso.






Traigo mi soledad acompañada
de cuantos seres son mis semejantes,
vengo solo, tan solo, que conmigo
toda la humanidad sólo es un hombre.
Vengo a verme en las aguas de la vida
en el lago remoto que revela
la verdad de las cosas, lago o río,
espejo de la muerte del que vive:
ser inferior y rencoroso el hombre.
Las llores nos entregan sus desnudos
para tejer amargas vestiduras;
se deforman los troncos de los árboles
para el triste descanso del que gime.
Nada el hombre es por sí, todo lo debe
al dulce sacrificio de las flores.
Plantas, creced a orillas de este lago
en donde canto las tristezas mías.
Nada temed, columnas de los árboles,
no necesitan tablas mis navíos;
quiero vivir mi muerte, vuestras vidas,
vuestra quietud o libertad imito.
No más esclavo ser. Narciso siempre.



Manuel Altolaguirre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...