viernes, 6 de marzo de 2020

Hombre volador.


Américas aguardan todavía
Resplandecientes vírgenes ignotas,
O nada más para los ojos gotas
De un trémulo rocío en una umbría,

Ya inhumano el espacio -la alegría
De no siempre sentirse tan remotas
De alguno, de un Colón, por fin no idiotas
Ante la mente que a su luz se alía.

El hombre por el cosmos se aventura,
Supera con su espíritu el espanto
De tanta inmensidad jamás hallada,

Y hasta cree salir de la clausura
De sus postreros límites.
¡Y cuánto mundo a ciegas,
sin luz de tal mirada!


Jorge Guillén.

miércoles, 4 de marzo de 2020

humano ardor.


Navío sosegado que boga por un río,
a veces me pregunto si tu cuerpo es un ave.
A veces si es el agua, el agua o el río mismo;
pero siempre te estrecho
como voz entre labios.

Besarte es pronunciarte, oh dicha,
oh dulce fuego dicho.
Besarte es pronunciarte como un calor
que del pecho surtiera,
una dulce palabra que en la noche relumbra.

Pero tú, tan hermosa, tienes ojos azules,
tienes pestañas donde pájaros vuelan,
donde un canto se enreda entre plumas o alas
que hacen azul la aurora cuando la noche cede.

¡Oh hermosa, hermosa!
Te vi, te vi pasar arrebatando la realidad constante,
desnuda como la piedra ardiente,
blanda como las voces de las flores tocadas,
amarilla en el día sin un sol que no osara.
Tus labios son esa suave tristeza que ciega cuando alguien
pone su pobre boca humana; eran,
no una palabra, sino su sueño mismo,
su imperioso mandato que castiga con beso.
Morir no es aquel nombre que de niño pasaba,
pasaba como un hada enlutada y sin ruido.
No es esa noche lóbrega, cuando el lobo lamía
la mano que, amarilla, es sarmiento en la hoguera.
Morir no es ese pelo negrísimo que ondea,
ese azul tenebroso que en una roca yace.
Ese brillo fatal donde la luna choca
y salta como acero que ese otro acero escupe.
Morir, morir es tener en los brazos un cuerpo
del que nunca salir se podrá como hombre.
Pero acaso quedar como gota de plomo,
resto en tierra visible de un ardor soberano.
Pero tú que aquí descansas como descansa la luz en la tarde de estío,
eres soberbia como el desnudo sin árboles,
violenta como la luna enrojecida
y ardiente como el río que un volcán evapora.
Pero yo te acaricio sabiendo que la vida resiste más que el fuego,
que unos dientes se besan, se besan aun sin labios,
y que, hermosa o terrible, aves enfurecidas
entre pestañas vuelan, y cantan, o aún me llaman.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...