viernes, 18 de diciembre de 2015

Mi imposible.




¿Soy yo quien anda esta noche por mi cuarto, o el mendigo
que rondaba mi jardín, al caer la tarde?

Miro
en torno y veo que todo es lo mismo y no es lo mismo...
¿La ventana estaba abierta? ¿Yo no me había dormido?
¿El jardín no estaba verde de luna?... El cielo era limpio
y azul... Y hay nubes y viento y el jardín está sombrío...

Creo que mi barba era negra... Yo estaba vestido
de gris... Y mi barba es blanca y estoy enlutado... ¿Es mío
este andar? ¿Tiene esta voz que ahora suena en mí, los ritmos
de la voz que yo tenía?

¿Soy yo, o soy el mendigo
que rondaba mi jardín al caer la tarde?...

Miro
en torno... Hay nubes y viento... El jardín está sombrío...

... Voy y vengo... ¿Y yo ¡yo! no me había ya dormido?
Mi barba está blanca... Y todo no es lo mismo y es lo mismo.



Juan Ramón Jiménez.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Todas las nubes arden.



 


Todas las nubes arden
porque yo te he encontrado,
dios deseante y deseado;
antorchas altas cárdenas
(granas, azules, rojas, amarillas)
en alto grito de rumor de luz.

Del redondo horizonte vienen todas
de congregación fúlgida,
a abrazarse con vueltas de esperanza
a mi fe respondida.

(Mar desierto, con dios
en redonda conciencia
que me habla y me canta,
que me confía y me asegura;
por ti yo paso en pie
alerta, en mí afirmado,
conforme con que mi viaje
es al hombre seguido, que me espera
en puerto de llegada permanente,
de encuentro repetido).

Todas las nubes que existieron,
que existen y que existirán,
me rodean con signos de evidencia;
ellas son para mí
la afirmación alzada de este hondo
fondo de aire en que yo vivo;
el subir verdadero del subir,
el subir del hallazgo en lo alto profundo.



Juan Ramón Jiménez.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Revelación.






A Blas Taracena





Era en Numancia, al tiempo que declina
la tarde del agosto augusto y lento,
Numancia del silencio y de la ruina,
alma de libertad, trono del viento.

La luz se hacía por momentos mina
de transparencia y desvanecimiento,
diafanidad de ausencia vespertina,
esperanza, esperanza del portento.

Súbito, ¿dónde?, un pájaro sin lira,
sin rama, sin atril, canta, delira,
flota en la cima de su fiebre aguda.

Vivo latir de Dios nos goteaba,
risa y charla de Dios, libre y desnuda.
Y el pájaro, sabiéndolo, cantaba.


martes, 15 de diciembre de 2015

Nuestra juventud no muere.






Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes,
están los hombres de resuelto pecho
sobre las más gloriosas sepulturas:
las eras de las hierbas y los panes,
el frondoso barbecho,
las trincheras oscuras.

Siempre serán famosas
estas sangres cubiertas de abriles y de mayos,
que hacen vibrar las dilatadas fosas
con su vigor que se decide en rayos.

Han muerto como mueren los leones:
peleando y rugiendo,
espumosa la boca de canciones,
de ímpetu las cabezas y las venas de estruendo.

Héroes a borbotones,
no han conocido el rostro a la derrota,
y victoriosamente sonriendo
se han desplomado en la besana umbría,
sobre el cimiento errante de la bota
y el firmamento de la gallardía.

Una gota de pura valentía
vale más que un océano cobarde.

Bajo el gran resplandor de un mediodía
sin mañana y sin tarde,
unos caballos que parecen claros,
aunque son tenebrosos y funestos,
se llevan a estos hombres vestidos de disparos
a sus inacabables y entretejidos puestos.

No hay nada negro en estas muertes claras.
Pasiones y tambores detengan los sollozos.
Mirad, madres y novias, sus transparentes caras:
la juventud verdea para siempre en sus bozos.



Miguel Hernández.

lunes, 14 de diciembre de 2015

El escarabajo.





He aquí que por fin llega al verbo
también el pequeño escarabajo,
tristísimo minuto, lento rodar del día miserable,
diminuto captor de lo que nunca puede aspirar al vuelo.

Un día como alguno se detiene la vida al borde de la arena,
como las hierbecillas sueltas que flotan en un agua no limpia,
donde a merced de la tierra briznas
que no suspiran se abandonan
a ese minuto en que el amor afluye.

El amor como un número
tan pronto es agua que sale de una boca tirada,
como es el secreto de lo verde en el oído que lo oprime,
como es la cuneta pasiva que todo lo contiene,
hasta el odio que afloja para convertirse en el sueño.

Por eso,
cuando en la mitad del camino un triste escarabajo que fue de oro
siente próximo el cielo como una inmensa bola y, sin embargo,
con sus patitas nunca pétalos arrastra la memoria opaca con amor,
con amor al sollozo sobre lo que fue y ya no es,
arriba entre las flores altas cuyos estambres casi cosquillean el limpio azul
vaga un aroma a anteayer, a flores derribadas,
a ese polen pisado que tiñe de amarillo constante la planta pasajera,
la caricia involuntaria, ese pie que fue rosa, que fue espina,
que fue corola o dulce contacto de las flores.

Un viento arriba orea otras memorias donde circula el viento,
donde estambres emergen tan altos, donde pistilos o cabellos,
donde tallos vacilan por recibir el sol tan amarillo envío de un amor.

El suave escarabajo,
más negro que el silencio que transcurre después de alguna muerte,
pasa borrando apenas las huellas de los carros,
de los hierros violentos que fueron dientes siempre,
que fueron boca para morder el polvo.

El dulce escarabajo bajo su duro caparazón que imita a veces algún ala,
nunca pretende ser confundido con una mariposa, pero su sangre gime
(caliente término de la memoria muerta)
encerrada en un pecho con no forma de olvido,
descendiendo a unos brazos que un diminuto mundo oscuro crean.



Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...