viernes, 26 de febrero de 2016

Lo nunca igual.



Si esto que ahora vuelvo a ver
yo no lo vi nunca, no.
Dicen que es lo mismo, que es
lo de ayer, lo de entonces:
el cielo, el escaparate,
el buzón de echar las cartas
y la barca por el río.
¡Mentira! Si yo ya sé
que se murió todo eso
en otoño, al irme yo.
Que esto ahora
-imposible identidad
de un nueve con otro nueve-
es otra cosa, otra tierra
que brotaron anteayer,
nuevas, tiernas, recentísimas,
tan parecidas a aquéllas
que todos me dicen: “Mira,
aquí vivías tú, aquí”.



Pedro Salinas.

jueves, 25 de febrero de 2016

Humana voz.



Duele la cicatriz de la luz,
duele en el suelo la misma sombra de los dientes,
duele todo,
hasta el zapato triste que se lo llevó el río.

Duelen las plumas del gallo,
de tantos colores
que la frente no sabe qué postura tomar
ante el rojo cruel del poniente.

Duele el alma amarilla o una avellana lenta,
la que rodó mejilla abajo cuando estábamos dentro del agua
y las lágrimas no se sentían más que al tacto.

Duele la avispa fraudulenta
que a veces bajo la tetilla izquierda
imita un corazón o un latido,
amarilla como el azufre no tocado
o las manos del muerto a quien queríamos.

Duele la habitación como la caja del pecho,
donde las palomas blancas como sangre
pasan bajo la piel sin pararse en los labios
a hundirse en las entrañas con sus alas cerradas.

Duele el día, la noche,
duele el viento gemido,
duele la ira o espada seca,
aquello que se besa cuando es de noche.

Tristeza. Duele el candor, la ciencia,
el hierro, la cintura,
los límites y esos brazos abiertos, horizonte
como corona contra las sienes.

Duele el dolor. Te amo.
Duele, duele. Te amo.
Duele la tierra o uña,
espejo en que estas letras se reflejan.



Vicente Aleixandre.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Creación delegada.




Qué maravilla, libertad. Soy dueño
de mi albedrío. Me forjo (y forjo) obrando.
Yo me esculpo, hombre libre. Pero, ando.
hablo, callo, me río, pongo ceño,

yo, Dámaso, cual Dámaso. Pequeño
agente, yo, del Dios enorme, cuando
pienso, obro, río. Creación creando
le prolongo a mi Dios su fértil sueño.

Dios me sopla en la piel la vaharada
creadora. Padre, madre, sonriente,
se mira (¡Vamos! ¡Ea!) en mis pinitos.

Niño de Dios, Creación plasmado de nada,
yo, punto libre, voluntad crujiente
entre atónitos orbes infinitos.


Dámaso Alonso.

martes, 23 de febrero de 2016

1936.




Recuérdalo tú y recuérdalo a otros,
Cuando asqueados de la bajeza humana,
Cuando iracundos de la dureza humana:
Este hombre solo, este acto solo, esta fe sola.
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

En 1961 y en ciudad extraña,
Más de un cuarto de siglo
Después. Trivial la circunstancia,
Forzado tú a pública lectura,
Por ella con aquel hombre conversaste:
Un antiguo soldado
En la Brigada Lincoln.

Veinticinco años hace, este hombre,
Sin conocer tu tierra, para él lejana
Y extraña toda, escogió ir a ella
Y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida,
Juzgando que la causa allá puesta al tablero
Entonces, digna era
De luchar por la fe que su vida llenaba.
Que aquella causa aparezca perdida,
Nada importa;
Que tantos otros, pretendiendo fe en ella
Sólo atendieran a ellos mismos,
Importa menos.
Lo que importa y nos basta es la fe de uno.
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
Como en aquellos días:
Noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
A través de los años la derrota,

Cuando todo parece traicionarla.

Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

Gracias, Compañero, gracias

Por el ejemplo. Gracias porque me dices

Que el hombre es noble.

Nada importa que tan pocos lo sean:

Uno, uno tan sólo basta

Como testigo irrefutable

De toda la nobleza humana.


Luis Cernuda.

lunes, 22 de febrero de 2016

Noche.




Sobre la nieve se oye resbalar la noche

La canción caía de los árboles
Y tras la niebla daban voces

De una mirada encendí mi cigarro

Cada vez que abro los labios
Inundo de nubes el vacío

                                                  En el puerto
Los mástiles están llenos de nidos

Y el viento
                      gime entre las alas de los pájaros

LAS OLAS MECEN EL NAVÍO MUERTO

Yo en la orilla silbando
            Miro la estrella que humea entre mis dedos.


Vicente Huidobro.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...