viernes, 4 de octubre de 2019

Fulguración del as.



Esta misma canción que vuela, esta que estás tú cantando, hermosísimo as de oros, es el romance antiguo de la legión de condenados que aspiraban el perfume de las espinas dolorosas entre los dedos. Cuando tú eras magnífico, cuando tú tenías los ojos brillantes, dando la luz sin cambio, del todo, albergando bajo los párpados el secreto de todos los triunfos más mezquinos, no era difícil encontrarte en la mano, saludando, besando los dedos con reverencia de paje del quinientos. Servicial como un espejo que conservase en el rostro que se mira las mejillas de nácar. Pero si embriagado alguien del intensísimo vino vibrátil, de la cargazón de braveza y de sueño que despedía el fulgor de la baraja de lunas, se atrevía a levantarse y, mirando a la noche, notaba cómo sus pupilas se iban poniendo moradas y cómo la flor redonda del pecho enseñaba unos dientes de lobo bajo un tímido bisbiseo doliente, entonces estaba perdido. Entonces había caído bajo tu magia cárdena de la segunda hora. Se encerraban las luces del cuarto en negativas furibundas, rojas de la tensión de sus ensueños de brasa, de su desesperado deseo. Uno sentía bullir en los hombros una anticipación de las alas, de la abanicada perseverancia que promete su premio para un mañana de cópula. Pero un pie muy ligero primero, una pluma suave empezaba a pesar precisamente sobre el hombro derecho; una forma que insistía mostrando cuán grave es la realidad que se tiene, cuánto sobre la espalda se sienten los besos que no se lian dado. Un pie de yeso o de cera, quizá de carne, rosa, blanco, insistiendo, sonriendo dichosamente sobre la feliz planta viva. Así el camino es breve, así pronto el Occidente será una riqueza de oros que podrá batirse con las manos, que podrá multiplicarse en mil espumas sin labios. Así la preciada amarillez no será la tragedia de perder toda la sangre, sino la riqueza brava, despertada, de sentir en la piel los mil besos de todas las campanas. Moriremos si es preciso. Pero moriremos sabiendo que el latido repercute en la inquietud de las venas como vaticinio indescifrable, como una promesa que no se nombra.

Pero el oro de la baraja, pero todo ese oro clásico que en la mano mira a los ojos sin duda y que se ríe de nuestras chaquetas, sabiendo cuán breve es la resistencia de la sangre, sigue empuñado como un vaso de condenación ciego que no se acaba nunca. Aquí erguido estoy amenazando con mi as, que brilla con un fulgor opalino, enturbiando mis más íntimas sensaciones. Aquí estoy intentando quedarme conmigo mismo, ganarme a la partida ruidosa que se disputan los bosques de fuera, esas largas avenidas de viento que enredan las almas desordenadas bajo la luna. No me entiendo. Juego a ciegas. Llamaría a la luz, aquella plateada y distinta apariencia que puso en mis manos ía noche del sueño un agua transparente de sentires, de dulces promesas de niño, de ingenuos caracoles de tierra, de lágrimas de mañana que amanecían con todo silencio, con todo el respeto de las madres dormidas.

Pero no sé si podré. Tú, la que viene arrastrando una cola que da siete vueltas a la tierra; tú, la más clara y justa denominación del amor, que pasas y repasas ya como una cadena articulada de huesos sin límite, como una reanudada noria de mi desdicha, estás ahí, muy atareada. Cazas alondras con la misma frialdad con que se yergue el monte en el fondo del océano. Y yo te miro con la misma yerta esperanza.

Por eso escucho aquí el sombrío rumor de los naipes barajándose, y comprendo que su cabalístico centelleo es el horóscopo que me invento, ese dedo largo que se bifurca y, como unas tenazas, oprime el nervio que da coletazos. Todas las escamas se reparten en la luz, y mis ojos de capas y capas van dejando caer sus hojas, para mostrar la impura desnudez de su pozo, la aguerrida carcajada que ejercita su músculo embarcándose en las aguas del légamo, en el palpitante corazón que no sabe que la pleamar es un sueño horizontal baio una luna de hierba.

Vicente Aleixandre.

jueves, 3 de octubre de 2019

Más allá. II



No, no sueño. 
Vigor de creación concluye
su paraíso aquí:
Penumbra de costumbre.

Y este ser implacable
que se me impone ahora
de nuevo -vaguedad
resolviéndose 
en forma de variación 
de almohada, en blancura de lienzo,
en mano sobre embozo,
en el tendido cuerpo

Que aun recuerda los astros
y gravita bien— 
este ser, avasallador universal,
mantiene también su plenitud
en lo desconocido:
Un más allá de veras
misterioso, realísimo.

Jorge Guillén.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Estamos en el llanto.


Obispos buhoneros:
volved las baratijas a su sitio,
los ídolos al polvo
y la esperanza al mar.
Ya sé.
Ya sé que habéis pintado
una silla en la nube
y una llama de azufre
en el fondo del pozo.
Pero yo no he venido
a pedir un asiento en la gloria
ni a poner de rodillas el miedo.
Estoy aquí otra vez
para subrayar con mi sangre
la tragedia del mundo,
el dolor de la tierra,
para gritar con mi carne:
Ese dolor es mío también.
Y para añadir además:
Lo primero fue el llanto,
y estamos en el llanto.
-Lo primero fue el Verbo.
-El Verbo es la piqueta
que perfora en la sombra,
la palanca que derriba las puertas,
la herramienta…
lo que esperaba el barro,
lo que aún espera el llanto
y aún espera la sombra.
El Verbo vino y dijo: Aquí está el barro;
que el barro se haga llanto
-no que se haga la luz-.
Y el barro se hizo llanto.
Lo primero fue el barro,
el barro hecho llanto,
la conciencia del llanto,
el dolor de la tierra.
-¿A quien le hablas así?
-Al que tiró el huevecillo
en el barro viscoso de la charca,
al que fecundó la primera charca del mundo,
al que hizo llanto el barro.
-¿Y quien eres tú?
-El barro de la charca,
el barro hecho llanto,
tierra de lágrimas-
lo mismo que tú.
Nadie ha pasado por aquí.
Lo primero fue el llanto
y estamos en el llanto.
Porque aún no ha dicho el Verbo:
Que el llanto se haga luz.
-¿Lo dirá?
-Lo dirá, poque, si no,
¿para qué sirve el mar?
-Nuestro llanto son los ríos
que van a dar a la mar…-
¿O puede ser la vida eternamente
un lamento encerrado en una cueva?
Dios es el mar,
Dios es el llanto de los hombres.
Y el Verbo se hizo llanto
para levantar la vida.
El Verbo está en la carne
dolorida del mundo…
¡Miradlo aquí en mis ojos!
Mis ojos son las fuentes
del llanto y de la luz…
Y estamos en el llanto.
Seguimos en la era de las sombras.
¿Quién ha ido más allá?
¿Quién ha abierto otra puerta?
Toda la luz de la tierra
la verá un día el hombre
por la ventana de una lágrima…
Pero aún no ha dicho el Verbo:
¡Que el llanto se haga Luz!

León Felipe.

martes, 1 de octubre de 2019

Nivel del mar. Playa. (Indios)



Conchas crujientes, conchas,
conchas del Paraíso...
Las descubren, perdidas
para los dioses, indios.
Entre las arenas los llaman
tornasoles amigos.
¡Cómo fulgen y crujen
conchas, arenas, indios,
todos a una, voces
ondeadas con visos!
En ondas van y crecen apogeos,
dominios y la fascinación
triunfante de los indios.
¡Oh triunfos! Y se comban
en un vaivén. ¡Oh tino!
De la prisa al primor,
del primor al peligro.
¡Y lanzan vivas, vivas
refulgentes, los indios!

Jorge Guillén.

lunes, 30 de septiembre de 2019

Mujer.



Jane Evrard

¡Isla en la música!
Estábamos mirándote sumergidos.
Encantadora de peces
alta le dabas al viento
órdenes con tus dos brazos.
Instrumentos y delfines
parados te rodeaban.
La música transparente
te llegaba a la cintura.
Frondosa y viva flotabas,
isla de carne, en la música.
Junto al cipres de tu sueño
para verte, descabalgo.
No son recuerdos, que es vida,
y verdadero el diálogo
que contigo tengo, madre,
cuando aquí nos encontramos.

Manuel Altolaguirre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...