jueves, 1 de agosto de 2019

Poemas menores I.


No es lo que me trae cansado
este camino de ahora.
No cansa
una vuelta sola.
Cansa el estar todo un día,
hora tras hora,
y día tras día un año
y año tras año una vida
dando vueltas a la noria.

León Felipe.

miércoles, 31 de julio de 2019

Ahora de pueblo en pueblo.


Ahora de pueblo en pueblo
errando por la vida,
luego de mundo en mundo errando por el cielo
lo mismo que esa estrella fugitiva.
¿Después?... Después...
ya lo dirá esa estrella misma,
esa estrella romera
que es la mía,
esa estrella que corre por el cielo sin albergue
como yo por la vida.

León Felipe.

martes, 30 de julio de 2019

La poesía llega... Ahí está.


La Poesía llega como un gendarme
a la casa del crimen.
Ahí está. Viene porque la he llamado yo.

Ya viene con su ademán desnudo,
con su mirada sin cortinas,
con su mirada sin eclipse...
con su mirada que no se esconde
nunca bajo el toldo de los párpados
ni a la sombra de las pestañas...
Viene con su mirada abierta siempre.

La Poesía llega con su apostura fría,
cínica,
inmisericorde...
como un soldado terrible,
como un sayón, como un sargento encargado del cacheo y del desahucio,
como un oficial eclesiástico de la Inquisición,
como el escribano con su mazo de infolios donde se va
a escribir el inventario de todo lo que se esconde bajo el sótano,
como el confesor con su saco blindado donde se van a meter
los crímenes,
las herejías,
los ídolos falsos,
las lámparas votivas alimentadas con alquitrán.

La Poesía llega.
Viene porque la he llamado yo.
Viene a confesarme y registrarme.

Un hombre cualquiera puede ser el poeta:
el publicano que no sabe rezar...
también el publicano...
cualquier publicano..., el último publicano.
Porque también el corazón de los inconsiderados
entenderá la sabiduría...
y la lengua de los balbucientes
hablará clara y expedita.
Y el poeta es el hombre que llama a la poesía sin miedo.

Al gran sayón..., al viejo sayón inmisericorde,
y le dice cuando llega a su puerta: Entra,
Quiero saber dónde vivo.
¡Hay tantas sombras,
tantas telarañas
y tantos fantasmas aquí dentro!
Entra.
Tú eres la Poesía... la Verdad y la Luz
¿No es así?
La que abre las ventanas
y rompe los goznes de las puertas...
¿No es así?
La que ahuyenta el trote de las ratas
y apaga el ruido espectral de la polilla en la madera.
¿No es así?
La que barre cortezas caídas y los vidrios quebrados
que se amontonan en los rincones tenebrosos...
¿No es así?
La que encuentra los grandes versos perdidos y los
grandes sueños que en la revuelta de las pesadillas
se escondieron entre las circunvoluciones del colchón...
¿No es así?
La que encuentra también el cardiograma olvidado entre
los folios del viejo libro polvoriento, el cardiograma
donde se registran los golpes del fantasma apócrifo y
los del ángel del destino...
¿No es así?
La que sabe dónde está la soga que una noche amarré
de la viga más recia...
¿No es así?
La que viene a apretar y a exprimir la vejiga de las
lágrimas hasta la última gota de sangre y de leche...
¿No es así?
La que viene a tapiar con ladrillos de fuego el cuarto
donde la lujuria y el sexo envenenado guardan los
negros sueños espantosos...
¿No es así?
Tienes una llave, ¿verdad?
y una piqueta... y un hacha...
y una mecha encendida
y una escoba
y unos ojos sin párpados...
¿No es así?
Tú eres... ¡tú eres!
A ti te he llamado.
No eres la hermosa doncella vestida de blanco
y con una ramita de laurel
para el bonete del juglar.
Eres dura, seca... y fea... fea
como la verdad para el criminal... para mi.
Yo soy un criminal...
un criminal... como cualquier hombre de la tierra,
un criminal... como cualquier ciudadano del mundo.
Soy el gran criminal vestido de hollín y de betún
que loco y fugitivo recorre este planeta apagado y tenebroso.
Lo confesaré todo:
He asesinado a la Belleza
y he apuñalado a la Alegría...
He ahogado a la estrella
y he arrojado la lámpara al pantano.
¡Mirad mis manos chorreando sombras!
¡Mirad estas manos de carbón llenando de humo el aire
y apagando las últimas pupilas,
las luciérnagas, los faros y los astros.

¡Sálvame!... Quiero la Luz
¡Sálvame!... Quiero ver la luz... ¡Sálvame!
Te he llamado para que me salves.
Y te he llamado a ti...
no a la hermosa doncella vestida de blanco
con una ramita de laurel
para el bonete del juglar.
Te he llamado a ti... a ti... viejo sayón inmisericorde.
Y te he llamado para que luego de oírme
registres esta cueva,
abras las ventanas,
derribes las puertas,
barras las tinieblas,
quemes mis entrañas
y dejes entrar de nuevo en esta casa subterránea
en este cuerpo funeral...
la Alegría y la Belleza resurrectas,
como un río de luz sin presas y sin frenos.

León Felipe.

lunes, 29 de julio de 2019

Adiós a los campos.



No he de volver, amados cerros, elevadas montañas,
gráciles ríos fugitivos que sin adiós os vais.
Desde esta suma de piedra temerosa diviso el valle.
Lejos el sol poniente, hermoso y robusto todavía, colma de amarillo esplendor la cañada tranquila.
Y allá remota la llanura dorada donde verdea siempre el inmarchito día, muestra su plenitud
sin fatiga bajo un cielo completo.
¡Todo es hermoso y grande!
El mundo está sin límites.
Y solo mi ojo humano adivina allá lejos la linde,
fugitiva mas terca en sus espumas,
de un mar de día espléndido que de un fondo
de nácares tornasolado irrumpe.

Erguido en esta cima, montañas repetidas,
yo os contemplo, sangre de mi vivir que amasó vuestra piedra.
No soy distinto, y os amo. Inútilmente esas plumas
de los ligeros vientos pertinaces,
alas de cóndor o, en lo bajo,
diminutas alillas de graciosos jilgueros,
brillan al sol con suavidad: la piedra
por mí tranquila os habla, mariposas sin duelo.
Por mí la hierba tiembla hacia la altura, más celeste que el ave.

Y todo ese gemido de la tierra, ese grito que siento
propagándose loco de su raíz al fuego
de mi cuerpo, ilumina los aires,
no con palabras: vida, vida, llama, tortura,
o gloria soberana que sin saberlo escupo.

Aquí en esta montaña, quieto como la nube,
como la torva nube que aborrasca mi frente,
o dulce como el pájaro que en mi pupila escapa,
miro el inmenso día que inmensamente cede.
Oigo un rumor de foscas tempestades remotas
y penetro y distingo el vuelo tenue, en truenos,
de unas alas de polvo transparente que brillan.

Para mis labios quiero la piel terrible y dura
de ti, encina tremenda que solitaria abarcas
un firmamento verde de resonantes hojas.
Y aquí en mi boca quiero, pido amor, leve seda
de ti, rosa inviolada que como luz transcurres.

Sobre esta cima solitaria os miro,
campos que nunca volveréis por mis ojos.
Piedra del sol inmensa: entero mundo,
y el ruiseñor tan débil que en su borde lo hechiza.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...