viernes, 20 de abril de 2018

Pequeño poema infinito.


Equivocar el camino
es llegar a la nieve
y llegar a la nieve
es pacer durante veinte siglos
las hierbas de los cementerios.

Equivocar el camino
es llegar a la mujer,
la mujer que no teme la luz,
la mujer que no teme a los gallos
y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.

Pero si la nieve se equivoca de corazón
puede llegar el viento Austro
y como el aire no hace caso de los gemidos
tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.

Yo vi dos dolorosas espigas de cera
que enterraban un paisaje de volcanes
y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino.

Pero el dos no ha sido nunca un número
porque es una angustia y su sombra,
porque es la guitarra donde el amor se desespera,
porque es la demostración de otro infinito que no es suyo
y es las murallas del muerto
y el castigo de la nueva resurrección sin finales.
Los muertos odian el número dos,
pero el número dos adormece a las mujeres
y como la mujer teme la luz
la luz tiembla delante de los gallos
y los gallos sólo saben votar sobre la nieve
tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.


Federico García Lorca.

jueves, 19 de abril de 2018

Desprecio.


Arco de aire, tu voz quedó un momento,
en su ascensión de lo profundo,
sobre el riel imaginado,
como un tren largo, jadeante,
solicitando mi presencia.

Y yo en la balaustrada reclinado
te vi, pesada, hundida para siempre, sin comprender
-distante, más pequeña, codiciosa de mí-
que en esta altura
extensiones diviso penetrante.


Manuel Altolaguirre.

miércoles, 18 de abril de 2018

Por el aroma roto de un recuerdo.




Por el aroma roto de un recuerdo,
como por un incienso mutilado,
brotas de la memoria en que me pierdo,
cristal sin luz, metal acongojado.

Contigo traes el llanto de la encina
y la cinta sin mácula del hielo.
Contigo el ronco viento de la esquina
y el tierno y largo jadear del suelo.

Contigo traes, a tu costado atado,
el mar de ancho pulmón y duro acento,
y a la húmeda sombra del costado
el río soñador y soñoliento.

La brisa que fue ala sollozante,
el cielo que fue verde praderío,
el trabajado lirio de diamante
y la oliva viajera por el río;
el toro inmóvil, la veloz espiga
contigo traes, de mi memoria brotan
y en un dulce atropello sin fatiga
por la corriente de mis hombros flotan.

Dejadme a mí, dejadme a la ventura
andar, llorar sin voz, mirar en vano
hasta caer sobre la tierra oscura

con la frente en el cuenco de mi mano.



martes, 17 de abril de 2018

Sí reciente.


No te quiero mucho, amor.
No te quiero mucho.
Eres tan cierto y mío, seguro,
de hoy, de aquí,
que tu evidencia es el filo
con que me hiere el abrazo.
Espero para quererte.
Se gastarán tus aceros
en días y noches blandos,
y a lo lejos turbio, vago,
en nieblas de fue o no fue,
en el mar del más y el menos,
cómo te voy a querer,
amor, ardiente cuerpo entregado,
cuando te vuelvas recuerdo,
sombra esquiva entre los brazos.


Pedro Salinas.

      Eternidad. Este jardín donde estoy siempre estuvo en mí. No existo. Tanta vida, tal conciencia, borran mi ser en el tiempo. Conocer la...