viernes, 30 de diciembre de 2016

Figuraciones.



Parecen nubes.
Veleras voladoras, lino, pluma,
al viento al mar, a las ondas
-parecen el mar- del viento,
al nido, al puerto, horizontes,
certeras van como nubes.

Parecen rumbos. Taimados
los aires soplan al sesgo,
al sur equivoca al norte,
alas, quillas, trazan rayas
-aire, nada, espuma, nada-,
sin dondes. Parecen rumbos.

Parece el azar. Flotante
en brisas, olas, caprichos,
¡qué disimulado va,
tan seguro, a la deriva
querenciosa del engaño!
¡Qué desarraigado, ingrávido,
entre voces, entre imanes,
entre orillas, fuera, arriba,
suelto! Parece el azar.

Pedro Salinas.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Ruptura sin palabras.



Áspero, el camino
entre cerros pardos.
Rastreros los vientos,
arrancaban altos
quejidos de polvo
a la tierra triste.
En las eras mondas
amargos se hacían
pimientos secándose.
Tu mirar caía
con su cuerpo blanco
siempre sobre púas,
chumberas, picachos,
del agrio paisaje erizado.
Los ojos, cerrarlos.
Pero hablar tampoco.
Al salir afuera
se torcían todos
los deseos candidos.
En los labios secos
los odios expósitos
del aire, esperando,
sacaban el filo
malo al sí y al no.
¡Qué herir sin querer
si decías tú,
si decía yo,
algo!
Hablar tampoco.
Dejar al silencio
en su forcejeo
con ecos distantes
de cabras y galgos.
Y no pensar nada.
Porque las de nunca,
centellas, maldades,
las desconocidas
iras soterradas
erguíanse dentro,
ya, de ti y de mí.
La tarde azuzando
nuestros dos destinos,
tan juntos, les daba
amarguras, polvo,
sañas y sequía:
armas contra ti,
amor de los dos.
Sin hablar, sin nada,
sentí que ya estábamos
frente a frente. Toda
desnuda te vi
en tu yo más malo.
Lo que yo te quise
-¡qué tiempo lentísimo!-
en minutos rápidos
se iba desamando.


Pedro Salinas.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Polen.



Somos el polen de la tierra,
oscura flor del firmamento,
el viento de la muerte nos arrastra
por los grises jardines de un ensueño.
Nuestra ausencia es tan sólo
errático vagar entre luceros.

¿Qué nueva flor, enfrente de qué mundo,
nuevo narciso de tu pensamiento,
resucitada gloria ha de ofrecerte
ante la clara prisa de un espejo?
¿Qué forma soñarás para tu alma?
¿Cómo reconocerte si te encuentro?


Manuel Altolaguirre.

martes, 27 de diciembre de 2016

Radiador y fogata.



Se te ve, calor, se te ve.
Se te ve lo rojo, el salto,
la contorsión, el ay, ay.
Se te ve el alma, la llama.
Salvaje, desmelenado,
frenesí yergues de danza
sobre ese futuro tuyo
que ya te está rodeando,
inevitable, ceniza.
Quemas.
Sólo te puedo tocar
en tu reflejo, en la curva
de plata donde exasperas en frío
las formas de tu tormento.
Chascas: es que se te escapan
suspiros hacia la muerte.
Pero tú no dices nada
ni nadie te ve, ni alzas
a tu consunción altares de llama.
Calor sigiloso.
Formas te da una geometría
sin angustia.
Paralelos tubos son tu cuerpo.
Nueva criatura, deliciosa
hija del agua, sirena
callada de los inviernos
que va por los radiadores
sin ruido, tan recatada,
que sólo la están sintiendo,
con amores verticales,
los donceles cristalinos,
Mercurios en los termómetros.

Pedro Salinas.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Suelo. Nada más.


Suelo. Nada más
Suelo. Nada menos.
Y que te baste con eso.
Porque en el suelo los pies hincados,
en los pies torso derecho,
en el torso la testa firme,
y allá, al socaire de la frente,
la idea pura, y en la idea pura
el mañana, la llave
-mañana- de lo eterno.
Suelo. Ni más ni menos.
Y que te baste con eso.

Pedro Salinas.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Estos dulces vocablos con que me estás hablando.



Estos dulces vocablos con que me estás hablando
no los entiendo, paisaje, no son los míos.
Te diriges a mí con arboledas
suavísimas, con una ría mansa y clara y con trinos de ave.
Y yo aprendí otra cosa: la encina dura y seca
en una tierra pobre, sin agua, y a lo lejos,
como dechado, el águila,
y como negra realidad, el negro cuervo.
Pero es tan dulce el son de ese tu no aprendido
lenguaje, que presiente el alma en él la escala
por donde bajarán los secretos divinos.
Y ansioso y torpe, a tu vera me quedo
esperando que tú me enseñes el lenguaje
que no es mío, con unas incógnitas palabras sin sentido.
y que me lleves a la claridad de lo incognoscible
paisaje dulce, por vocablos desconocidos.

Pedro Salinas.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Quietud.



No, si no se acaba hoy
esto que tengo empezado,
ya lo sé... Sí hay que dejarlo.
Tú, alfabeto; tú intención;
Tú, papel blanco, !qué inútiles
esta noche que otra perfección
me entrega, infecunda virgen alta,
de cristal, antigua, inmóvil!
Me llama un ocio, un quehacer
de no hacer nada, de estarse
como agua pura, ni río,
ola ni torrente, agua
quieta esperando que pasen
por arriba alas o nubes,
las almas que tengo fuera.
Un ocio tan hondo que yo ya sé
que lo que tengo empezado
se cumple en el no acabar,
su sinfín tiene perfecto,
no se ve, ya de tan claro.

Pedro Salinas.

martes, 20 de diciembre de 2016

Cuatro veces I Con las rosas.



No, esta dulce tarde
no puedo quedarme;
esta tarde libre
tengo que irme al aire.

Al aire que ríe
abriendo los árboles,
amores a miles,
profundo, ondeante.

Me esperan las rosas
bañando su carne.
¡No me claves fines;
no quiero quedarme!

Juan Ramón Jiménez.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Oí hablarme a los árboles.



Volvía yo con las nubes que entraban bajo rosales
(grande ternura redonda) entre los troncos constantes.

La soledad era eterna, el silencio era eternante.
Me detuve como un árbol, y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía de tan secreto paraje;
sólo yo podía estar entre las rosas finales.

Yo no quería volver en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada, oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella. En vuelo de luz suave,
fui saliéndome a la linde, con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía, vi a los árboles mirarme.
Se daban cuenta de todo, y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar, entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí. ¿Y cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no, que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí? No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde, oí hablarme a los árboles.

Juan Ramón Jiménez.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Fuga interior.



Las últimas palabras imposibles
cayeron en el hondo pozo de su garganta
con el rumor de lo que huye para siempre
en un gemido interminable.

Una brisa interior deshabitaba
de vida sus contornos casi yertos.
Yo presencié la cita.
Fue en el centro del alma
en donde coincidieron
el último rubor de sus mejillas
y el brillo de sus ojos, último.

Cuando expiró, sobre su mesa, los cristales
con blandas frutas vivas contrastaban.

Manuel Altolaguirre.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Despedida.



No hay amor sin sospecha,
ni reposo sin miedo,
ni amistad sin codicia.
Quédate, mundo, adiós.

Desvelado y atónito me voy.
En ti todos sollozan,
suplican, gritan, lloran.
Quédate, mundo, adiós.

Sobre tu campo luchan
gerifalte y paloma,
y el lobo con la yegua.
Quédate, mundo, adiós.

Bajo tu cielo lucha
el hombre contra el hombre
para poder vivir.
Quédate, mundo, adiós.

Manuel Altolaguirre.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Mirada final (muerte y reconocimiento)



La soledad, en que hemos abierto los ojos.
La soledad en que una mañana nos hemos despertado, caídos, derribados de alguna parte, casi no pudiendo reconocernos.
Como un cuerpo que ha rodado por un terraplén
y, revuelto con la tierra súbita, se levanta y casi no puede reconocerse.
Y se mira y se sacude y ve alzarse la nube de polvo que él no es, y ve aparecer sus miembros,
y se palpa: -Aquí yo, aquí mi brazo, y este mi cuerpo, y esta mi pierna, e intacta está mi cabeza-;
y todavía mareado mira arriba y ve por dónde ha rodado,
y ahora el montón de tierra que le cubriera está a sus pies y él emerge, no sé si dolorido, no sé si brillando, y alza los ojos y el cielo destella
con un pesaroso resplandor, y en el borde se sienta
y casi siente deseos de llorar. Y nada le duele,
pero le duele todo. Y arriba mira el camino,
y aquí la hondonada, aquí donde sentado se absorbe
y pone la cabeza en las manos; donde nadie le ve, pero un cielo azul apagado parece lejanamente contemplarle.
Aquí, en el borde del vivir, después de haber rodado toda la vida como un instante, me miro.
Esta tierra fuiste tú, amor de mi vida? ¿Me preguntaré así cuando en el fin me conozca, cuando me reconozca y despierte, recién levantado de la tierra, y me tiente, y sentado en la hondonada, en el fin, mire un cielo piadosamente brillar?

No puedo concebirte a ti, amada de mi existir, como solo una tierra que se sacude al levantarse, para acabar cuando el largo rodar de la vida ha cesado.
No, polvo mío, tierra súbita que me ha acompañado todo el vivir.
No, materia adherida y tristísima que una postrer mano, la mía misma, hubiera al fin de expulsar.
No: alma más bien en que todo yo he vivido, alma por la que me fue la vida posible
y desde la que también alzaré mis ojos finales
cuando con estos mismos ojos que son los tuyos, con los que mi alma contigo todo lo mira,
contemple con tus pupilas, con las solas pupilas que siento bajo los párpados,
en el fin el cielo piadosamente brillar.

Vicente Aleixandre.

martes, 13 de diciembre de 2016

En castellano.



Aquí tenéis mi voz
alzada contra el cielo de los dioses absurdos,
mi voz apedreando las puertas de la muerte
con cantos que son duras verdades como puños.

Él ha muerto hace tiempo, antes de ayer. Ya hiede.
Aquí tenéis mi voz zarpando hacia el futuro.
Adelantando el paso a través de las ruinas,
hermosa como un viaje alrededor del mundo.

Mucho he sufrido: en este tiempo, todos
hemos sufrido mucho.
Yo levanto una copa de alegría en las manos,
en pie contra el crepúsculo.

Borradlo. Labraremos la paz, la paz, la paz,
a fuerza de caricias, a puñetazos puros.
Aquí os dejo mi voz escrita en castellano.
España, no te olvides que hemos sufrido juntos


Blas de Otero.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Luz y música.



Si de la tierra sube
contra la luz la música,
así contra el destello
de unos ojos estáticos
sube el calor de un cuerpo
al amor sometido.

Contra la mano o cielo
que la dicha contempla,
el son o ritmo o cántico
ofrece su batalla.

Luz y música enfrentan
sus dardos sin herirse.
Tierra y cielo se cruzan
resplandor y sonido.

Bajo mi pecho eres
lago, monte, llanura,
tierra sonora, dócil
a mi luz o a mi llanto.

Manuel Altolaguirre.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Más allá.



Más allá de la vida, mi amor, más allá siempre,
Ahora ligeros, únicos, sobre un lecho de estrellas,
Poblamos a la noche sin límites, vivimos
En muerte, oh hermosa mía, una noche infinita.

Sobre un seno azulado reposa blandamente
Su testa fatigada del mundo. Siento sólo
Tu sangre ya poblada de luces, de miradas
De astros, y beso el pulso suave del universo y todo
Tu rostro con el leve fulgor de mi mejilla.

Oh triste, oh grave noche completa. Amada, yaces
Perfecta y te repaso, te ciño. Mundo solo.
Universal vivir de un cuerpo que, hecho luces,
Más allá de la vida de un hombre amor permites.

Vicente Aleixandre.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Mi cuarto.



Estoy solo y no sé quiénes
están sintiendo mi ausencia.

El teléfono me dice
el nombre de quien me espera,
y dejo el cuarto vacío
igual que un cuerpo que sueña.

Cuando yo no esté, otras voces
circularán por las venas
de alambre, brotando dentro
de un corazón sin respuestas.

¡Qué voces desfallecidas
encontraré cuando vuelva!
Tejerán un aire espeso,
enmudecerán sin fuerza.

Y no sabré quién llamó,
y no sabré quién me espera.
Sólo estaré sin aquellos
que estén sintiendo mi ausencia.

Manuel Altolaguirre.

viernes, 2 de diciembre de 2016

Variación VII. Las ínsulas extrañas.



¡Felices inmortales!
¡Las islas, qué felices son las islas!
Altas cunas, los riscos. ¡Bien nacidas!
Torva guardia les hacen soledades,
ventarros, nubes grises. Niñas, cimas.
En luz, en aire tibio, en aves, sueñan,
las, del mundo de abajo, maravillas.
Suavemente se escapan, encubiertas
con manto de pinar. Bajan sin prisa
en sosegadas curvas, verdeciéndose,
peldaños erigiéndose, colinas.
Cuando tocan al valle todo es claro:
empiezan a sentirse sus delicias,
mil pájaros, cien chopos, un arroyo;
espejo, en él se encuentran, sorprendidas.
Estas frondas, sus paces, tantas aves
y sus cantos, ¿son ellas, ellas mismas?
¡Felicidad! Lo que empezó en roquedos
ahora tierra es pradera, florecida.
Estrenan, encantadas, sus bellezas,
Venus verdes, tendiéndose en la umbría;
menea un airecillo sus cabellos,
herbazal, juncos, altas margaritas.
Breve sueño feliz. Aun queda el último
por descubrir, prodigio: es la marina.
Se detienen las islas, asombradas,
al llegar a los bordes de su vida.
¿Qué tierra es ésta, suya, y toda nueva?
De oro parece, dócil, suavísima
al pensar que la piensa, al pie desnudo
que la pisa, a los ojos que la miran.
Intacta. Virginal. Arena. ¡Playas!
Fronteras del asombro. Empieza aquí
un mundo sin otoño y sin ceniza.
Refulgen gozos, júbilos destellan.
No hay soledad, es todo compañía.
Ola tras ola sigue a ola tras ola,
persigue espuma a espuma fugitiva,
dádivas sobre dádivas ofrecen
felicidades siempre repetidas.
Todo, alegre, se rinde, cielo, espacio:
¡imposible escapar a tanta dicha!
Esa blancura alzada, ¿es de la espuma
o aleteo de ángeles que invitan?
Invitan, sí, a las islas -son sus ángeles-,
a dejarse su tierra en las orillas,
a un porvenir de azules -paraísos-,
a vida, allí, sin piedra y sin espina,
en canto, en salto, en albas hermandades,
bajo el cielo del mar, gloria infinita.
Si la tierra se acaba algo se empieza;
las olas que sin pausa se lo afirman,
angélicas sirenas, les convencen.
Y ellas arena abajo se deslizan.
Los ojos se equivocan en las playas:
se figuran que así mueren las islas.
Fingida muerte es. Van a su cielo:
su cielo el mar, que azul, cielo duplica.
Innumerables gracias por el agua
señas son de las gracias sumergidas.
Si ya no quedan hojas en sus álamos
¿no son hojas las ondas que rebrillan?
El canto de los pájaros que fueron
las olas en susurro lo terminan.
De pluma puede ser, que vuela abajo
ese blancor de espuma estremecida.
Por el haz de lo azul, cuando el sol sale
se abre, refleja, primavera vivida;
flores son marchitadas en los prados,
que ahora al mar se le vuelven alegrías.
Y ese verdor que el agua transparenta
es de Arcadia que abajo se eterniza:
en los hondos del mar viven, salvadas,
almas verdes, las almas de las islas.

Pedro Salinas.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Con él.




  Zarparé, al alba, del Puerto,
hacia Palos de Moguer,
sobre una barca sin remos.
  De noche, solo, ¡a la mar!
y con el viento y contigo!
  Con tu barba negra tú,
yo barbilampiño.



Rafael Albert.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Alta playa.



Quiero subir a la playa
blanca donde el oleaje
verde de un mar ignorado
salpica el manto de Dios,
a ese paisaje infinito,
altísimo, iluminado.

No estarme bajo este techo
angustioso de la vida,
de la muerte, del cansancio,
por no morir ni nacer
a las promesas alegres.

Quiero nacer de esta madre
que es la tierra, el mundo alto
donde los muertos nacieron.

Manuel Altolaguirre.


martes, 29 de noviembre de 2016

Verdad siempre.



A Manuel Altolaguirre

Sí, sí, es verdad, es la única verdad;
ojos entreabiertos, luz nacida,
pensamiento o sollozo, clave o alma,
este velar, este aprender la dicha,
este saber que el día no es espina,
sino verdad, oh suavidad. Te quiero.
Escúchame. Cuando el silencio no existía,
cuando tú eras ya cuerpo y yo la muerte,
entonces, cuando el día.

Noche, bondad, oh lucha, noche, noche.
Bajo clamor o senos, bajo azúcar,
entre dolor o sólo la saliva,
allí entre la mentira sí esperada,
noche, noche, lo ardiente o el desierto.

Vicente Aleixandre.

lunes, 28 de noviembre de 2016

La vida es sueño.



Los ojos andan de día en día
Las princesas pasan de rama en rama
Como la sangre de los enanos
Que cae igual que todas sobre las hojas
Cuando llega su hora de noche en noche.

Las hojas muertas quieren hablar
Son gemelas de su voz dolorida
Son la sangre de las princesas
Y los ojos de rama en rama
Que caen igual que los astros viejos
Con las alas rotas como corbatas

La sangre cae de rama en rama
De ojo en ojo y de voz en voz
La sangre cae como las corbatas
No puede huir saltando como los enanos
Cuando las princesas pasan
Hacia sus astros doloridos

Como las alas de las hojas
Como los ojos de las olas
Como las hojas de los ojos
Como las olas de las alas

Las horas caen de minuto en minuto
Como la sangre
Que quiere hablar.

Vicente Huidobro.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Alma no llores.



Y no basta decir: "alma, no llores",
si ves a un corazón que va dejando
la vida entre furiosos desgarrones.

Hay lágrimas que tienen estatura
de estrellas indomables
y es de acero o de roble su ternura.


Marcos Ana.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Oriente.



Era casi de noche.
¿Me alejaba, detrás de un sol hundido,
por el redondo amor o me acercaba,
persiguiendo a la aurora,
después de larga ausencia,
a tus ojos abiertos?

¿Me alejaba de un alma,
de su costa bravía,
para volver a fuerza de alejarme
a su playa serena?

Oriente. Amor. Oriente.
Toda tiniebla tiene su mañana
y todo amor su esfera de alegría.


Manuel Altolaguirre.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

La frontera.



Si miro tus ojos,
si acerco a tus ojos los míos,
¡oh, cómo leo en ellos retratado todo el pensamiento de mi soledad!
Ah, mi desconocida amante a quien día a día estrecho en los brazos.
Cuán delicadamente beso despacio, despacísimo, secretamente en tu piel
la delicada frontera que de mí te separa.
Piel preciosa, tibia, presentemente dulce, invisiblemente cerrada
que tiene la contextura suave, el color, la entrega de la fina magnolia.
Su mismo perfume, que parece decir:
«Tuya soy, heme entregada al ser que adoro
como una hoja leve, apenas resistente, toda aroma bajo sus labios frescos».
Pero no. Yo la beso, a tu piel, finísima, sutil, casi irreal bajo el
rozar de mi boca, y te siento del otro lado, inasible, imposible, rehusada,
detrás de tu frontera preciosa, de tu mágica piel inviolable,
separada de mí por tu superficie delicada, por tu severa magnolia
cuerpo encerrado débilmente en perfume
que me enloque de distancia y que, envuelto rigurosamente,
como una diosa de mí te aparta, bajo mis labios mortales.
Déjame entonces con mi beso recorrer la secreta cárcel de mi vivir,
piel pálida y olorosa, carnalidad de flor, ramo o perfume,
suave carnación que delicadamente te niega,
mientras cierro los ojos, en la tarde extinguiéndose,
ebrio de tus aromas remotos, inalcanzables,
dueño de ese pétalo entero que tu esencia me niega.


Vicente Aleixandre.

martes, 22 de noviembre de 2016

Tranvía.



El gusano de cables
va hilando su camino

                            Y sobre la bitácora
                            un experto marino
            juega a los barquillos en la rosa náutica

Las estrellas medrosas
deshojadas y rotas
huyendo del huracán
vienen a refugiarse en nuestras gavias

Se oyen morir extáticas las olas
                                en la playa desierta

                        De repente notamos
                que alguien nos ha robado
          Buscamos la memoria y no la hallamos

No tengas miedo

                        Sobre las nubes
                        imantadas de relámpagos
            Elías       cruza     en     su     tranvía     eléctrico



Gerardo Diego.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Variación II Primavera diaria.



¡Tantos que van abriéndose, jardines,
                    celestes, y en el agua!

Por el azul, espumas, nubecillas,
                    ¡tantas corolas blancas!

Presente, este vergel, ¿de dónde brota,
                    si anoche aquí no estaba?

Antes que llegue el día, labradora,
                    la aurora se levanta,

y empieza su quehacer: urdir futuros.
                    Estrellas rezagadas.

las luces que aún recoge por los cielos
                    por el mar va a sembrarlas.

Nacen con el albor olas y nubes.
                    ¡Primavera, qué rápida!

Esa apenas capullo -nube-, en rosa,
                    en oro, en gloria, estalla.

Blancas vislumbres, flores fugacísimas
                    florecen por las campas

de otro azul. Si una espuma se deshoja,
                    -pétalos por la playa-,

se abren mil; que el rosal de donde suben
                    es rosal que no acaba.

De esplendores corona el mediodía
                    el trabajo del alba.

Ya se ve en brillo, en ola, en pompa, en nube
                    la cosecha granada.

Una estación se abrevia: es una hora.
                    Lo que la tierra tarda

tanto en llevar a tallos impacientes
                    lo trae una mañana.

¿La aurora? Es la frecuente, la celeste,
                    primavera diaria;

por el azul, sin esperar abriles,
                    sus abriles desata.

¿De dónde su poder, el velocísimo
                    impulso de su savia?

Obediencia. A la luz. Pura obediencia,
                    ella, en su cenit, manda.

Espacios a su seña se oscurecen,
                    a su seña se aclaran.

El mar no cría cosa que dé sombra;
                    para la luz se guarda.

Y ella le cubre su verdad de mitos:
                    la luz, eterna magia.


Pedro Salinas.

viernes, 18 de noviembre de 2016

La rosa.



Yo sé que estás aquí en mi mano
te tengo, rosa fría.
Desnudo el rayo débil
del sol te alcanza.
Hueles, emanas.
¿Desde dónde,
trasunto helado que hoy
me mientes? ¿Desde un reino
secreto de hermosura,
donde tu aroma esparces,
para invadir un cielo
total en que dichosos
tus solos aires, fuegos,
perfumes se respiran?
¡Ah, sólo allí celestes
criaturas tú embriagas!
Pero aquí, rosa fría
secreta estás, inmóvil;
menuda rosa pálida
que en esta mano finges
tu imagen en la tierra.

Vicente Aleixandre.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Mirar lo imposible.



La tarde me está ofreciendo
en la palma de su mano,
hecha de enero y de niebla,
vagos mundos desmedidos
de esos que yo antes soñaba,
que hoy ya no quiero.
y cerraría los ojos
para no verlo.
Si no los cierro
no es por lo que veo.
Por un mundo sospechado
concreto y virgen detrás,
por lo que no puedo ver
llevo los ojos abiertos.


Pedro Salinas.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

La vida es tan sencilla..



La vida es tan sencilla que se explica por sí misma,
se basta a sí misma.
¡Mira! Todo está hecho. Todo está ya dado.
Nos basta aceptar
o quizá -somos humanos-
alabar  y cantar
a lo que nos maquina sin dejarse pensar.
Todo está aquí. ¿No lo ves?
No hay razón ni más allá.
¡Somos felices! Vivimos los instantes explosivos
de alegría o de dolor, de rabia o de amor,
y si no es que estamos distraídos, aburridos.
No hay nada que esperar.
No hay nada que temer.
También la muerte llegará cuando nos sea fielmente necesaria
y la recibiremos con verdadera ansia.
Desde que nacimos nos estamos preparando
para que nos consuma.


Gabriel Celaya.

martes, 15 de noviembre de 2016

Quiero saber.



Dime pronto el secreto de tu existencia;
quiero saber por qué la piedra no es pluma,
ni el corazón un árbol delicado,
ni por qué esa niña que muere entre dos venas ríos
no se va hacia la mar como todos los buques.

Quiero saber si el corazón es una lluvia o margen,
lo que se queda a un lado cuando dos se sonríen,
o es sólo la frontera entre dos manos nuevas
que estrechan una piel caliente que no separa.

Flor, risco o duda, o sed o sol o látigo:
el mundo todo es uno, la ribera y el párpado,
ese amarillo pájaro que duerme entre dos labios
cuando el alba penetra con esfuerzo en el día.

Quiero saber si un puente es hierro o es anhelo
esa dificultad de unir dos carnes íntimas,
esa separación de los pechos tocados
por una flecha nueva surtida entre lo verde.

Musgo o luna es lo mismo, lo que a nadie sorprende,
esa caricia lenta que de noche a los cuerpos
recorre como pluma o labios que ahora llueven.
Quiero saber si el río se aleja de sí mismo
estrechando unas formas en silencio,
catarata de cuerpos que se aman como espuma,
hasta dar en la mar como el placer cedido.

Los gritos son estacas de silbo, son lo hincado,
desesperación viva de ver los brazos cortos
alzados hacia el cielo en súplicas de lunas,
cabezas doloridas que arriba duermen, bogan,
sin respirar aún como láminas turbias.

Quiero saber si la noche ve abajo
cuerpos blancos de tela echados sobre tierra,
rocas falsas, cartones, hilos, piel, agua quieta,
pájaros como láminas aplicadas al suelo,
o rumores de hierro, bosque virgen al hombre.

Quiero saber altura, mar vago o infinito;
si el mar es esa oculta duda que me embriaga
cuando el viento traspone crespones transparentes,
sombra, pesos, marfiles, tormentas alargadas,
lo morado cautivo que más allá invisible
se debate, o jauría de dulces asechanzas.

Vicente Aleixandre.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Amenaza.


Manos grandes, ojos grandes,
labios demasiado duros,
hostiles se me aproximan.
Un mundo de seres malos
ante mí se contorsiona
amenazador, oscuro.
Estallan las rencorosas frentes.
Sangran esquivos los ojos.
Espumosos odios brotan contra mí;
pero yo sigo con mi soledad inocente
por un cristal defendido.
Sólo me hieren las luces,
los dolores enemigos.

Manuel Altolaguirre.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Estoy perdido.



Profeta de mis fines no dudaba
del mundo que pintó mi fantasía
en los grandes desiertos invisibles.

Reconcentrado y penetrante, solo,
mudo, predestinado, esclarecido,
mi aislamiento profundo, mi hondo centro,
mi sueño errante y soledad hundida,
se dilataban por lo inexistente,
hasta que vacilé cuando la duda
oscureció por dentro mi ceguera.

Un tacto oscuro entre mi ser y el mundo,
entre las dos tinieblas, definía
una ignorada juventud ardiente.
Encuéntrame en la noche. Estoy perdido.


Manuel Altolaguirre.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Cantar sonámbulo.



¿Es mi cuerpo una caracola?
Cierro mis ojos para el sueño;
toda la sombra esta en el silencio.
¿Es mi cuerpo una caracola?

Estoy en el jardín. Mi pensamiento
se va alejando de la rosa.
Ir a la mar es su deseo.
¿Es mi cuerpo una caracola?

Esta la fuente del jardín
abandonada a los luceros.
Tras del amor, lejos de mi,
cerca del mar, esta el recuerdo.
¿Es mi cuerpo una caracola?

Cierro los ojos. Voy a dormir.
(Toda mi sombra esta en el sueño.)
¿Es mi cuerpo una caracola?

En la noche oscura de abril,
mi cuerpo duerme frente al cielo.
Baja la luna hasta el jardín
y pisa el nácar de mi pecho...

-Cerca de ti... Cerca de mi...
Lejos de aquí... (repite el eco).
Sobre la tierra oscura de abril,
duerme mi corazón,hueco.
(Mi cuerpo es una caracola.)

Emilio Prados.

martes, 8 de noviembre de 2016

Razón de amor (Versos 1398 a 1438).



Dame tu libertad.
No quiero tu fatiga,
no, ni tus hojas secas,
tu sueño, ojos cerrados.
Ven a mí desde ti,
no desde tu cansancio
de ti. Quiero sentirla.
Tu libertad me trae,
igual que un viento universal,
un olor de maderas
remotas de tus muebles,
una bandada de visiones que tú veías
cuando en el colmo de tu libertad
cerrabas ya los ojos.
¡Qué hermosa tú libre y en pie!
Si tú me das tu libertad me das tus años
blancos, limpios y agudos como dientes,
me das el tiempo en que tú la gozabas.
Quiero sentirla como siente el agua
del puerto, pensativa, en las quillas
inmóviles el alta mar.
La turbulencia sacra.
Sentirla, vuelo parado,
igual que en sosegado soto siente la rama
donde el ave se posa el ardor de volar, la lucha terca
contra las dimensiones en azul.
Descánsala hoy en mí: la gozaré
con un temblor de hoja en que se paran
gotas del cielo al suelo.
La quiero para soltarla, solamente.
No tengo cárcel para ti en mi ser.
Tu libertad te guarda para mí.
La soltaré otra vez, y por el cielo,
por el mar, por el tiempo,
veré cómo se marcha hacia su sino.
Si su sino soy yo, te está esperando.


Pedro Salinas.

lunes, 7 de noviembre de 2016

En el fondo del pozo. (El Enterrado)



Allá en el fondo del pozo donde las florecillas
donde las lindas margaritas no vacilan
donde no hay viento o perfume de hombre
donde jamás el mar impone su amenaza
allí allí está quedo ese silencio
hecho como un rumor ahogado con un puño
Si una abeja si un ave voladora
si ese error que no se espera nunca
se produce el frío permanece
El sueño en vertical hundió la tierra
y ya el aire está libre
Acaso una voz una mano ya suelta
un impulso hacia arriba aspira a luna
a calma a tibieza a ese veneno
de una almohada en la boca que se ahoga
¡Pero dormir es tan sereno siempre!
Sobre el frío sobre el hielo sobre una sombra de mejilla
sobre una palabra yerta y más ya ida
sobre la misma tierra siempre virgen
Una tabla en el fondo oh pozo innúmero
esa lisura ilustre que comprueba
que una espalda es contacto es frío seco
es sueño siempre aunque la frente esté borrada
Pueden pasar ya nubes Nadie sabe
Ese clamor ¿Existen las campanas?
Recuerdo que el color blanco o las formas
recuerdo que los labios, sí, hasta hablaban
Era el tiempo caliente. Luz inmólame
Era entonces cuando el relámpago de pronto
quedaba suspendido hecho de hierro
Tiempo de los suspiros o de adórame
cuando nunca las aves perdían plumas
Tiempo de suavidad y permanencia
Los galopes no daban sobre el pecho
no quedaban los cascos, no eran cera
Las lágrimas rodaban como besos
Y en el oído el eco era ya sólido
Así la eternidad era el minuto
El tiempo sólo una tremenda mano
sobre el cabello largo detenida
Oh sí. En este hondo silencio o humedades
bajo las siete capas de cielo azul yo ignoro
la música cuajada en hielo súbito
la garganta que se derrumba sobre los ojos
la íntima onda que se anega sobre los labios
Dormido como una tela
siento crecer la hierba verde suave
que inútilmente aguarda ser curvado
Una mano de acero sobre el césped
un corazón un juguete olvidado
un resorte una lima un beso un vidrio
Una flor de cristal que así impasible
chupa de tierra un silencio o memoria.


Vicente Aleixandre.

viernes, 4 de noviembre de 2016

jueves, 3 de noviembre de 2016

Luz en la memoria I.


...estas cosas que evoco (ya sin nada) de lo
que a mí me tuvo y fue tan mío

-Juan José Domenchina-

¡Qué ganas de acercarme!
Sobre el mar ibas mudo,
alejado, a distancia,
como si una pared
adusta separase
esos destinos nuestros
tan juntos sin embargo.

Miré a mi alrededor
y todas las pupilas
se hundían en el surco
que devoraba el agua.
Un miedo de los ojos
esquivando otros ojos,
un afán de guardar
para sí aquel momento,

Vi una mano perdida
que buscaba otra mano,
retirándose luego
avergonzada, mustia.
Y seguimos así,
queriendo sin querer,
inmóviles y rígidos
con los labios sellados.

Ernestina de Champourcín.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Amada exacta.



Tú aquí delante.
Mirándote yo. ¡Qué bodas tuyas, mías,
con lo exacto!

Si te marchas, ¡qué trabajo
pensar en ti que estás hecha
para la presencia pura!

Todo yo a recomponerte
con sólo recuerdos vagos:
te equivocaré la voz,
El cabello ¿cómo era?,
te pondré los ojos falsos.

Tu recuerdo eres tú misma.
Ahora ya puedo olvidarte
porque estás aquí, a mi lado.


Pedro Salinas.

lunes, 31 de octubre de 2016

Cementerio en la ciudad.




Tras de la reja abierta entre los muros,
La tierra negra sin árboles ni hierba,
Con bancos de madera donde allá en la tarde
Se sientan silenciosos unos viejos.
En torno están las casas, cerca hay tiendas,
Calles por las que juegan niños, y los trenes
Pasan al lado de las tumbas. Es un barrio pobre.

Como remiendos de las fachadas grises,
Cuelgan en las ventanas trapos húmedos de lluvia.
Borradas están ya las inscripciones
De las losas con muertos de dos siglos,
Sin amigos que les olvide, muertos
Clandestinos. Mas cuando el sol despierta,
Porque el sol brilla algunos días de junio,
En lo hondo algo deben sentir los huesos viejos.

Ni una hoja ni un pájaro. La piedra nada más. La tierra.
¿Es el infierno así? Hay dolor sin olvido,
Con ruido y miseria, frío largo y sin esperanza.
Aquí no existe el sueño silencioso
De la muerte, que todavía la vida
Se agita entre estas tumbas, como una prostituta
Prosigue su negocio bajo la noche inmóvil.

Cuando la sombra cae desde el cielo nublado
Y el humo de las fábricas se aquieta
En polvo gris, vienen de la taberna voces,
Y luego un tren que pasa
Agita largos ecos como bronce iracundo.

No es el juicio aún, muertos anónimos.
Sosegaos, dormid; dormid, si es que podéis.
Acaso Dios también se olvida de vosotros.

Luis Cernuda.

viernes, 28 de octubre de 2016

Un contemporáneo.




Le conocí hace ya tiempo;
Déjame que recuerde. Si la memoria falla
A mi edad, cuando trata de imaginarse algo
Que en años mozos fuimos, aún más cuando persigue
La figura del hombre sólo visto un momento.

Nunca pensé que alguien viniera a preguntarme
Por tal persona, sin familiar, amigo,
Posición o fortuna; viviendo oscuramente,
Con los gestos diarios de cualquiera
A quien ya nadie nombra tras de muerto.

Que de espejo nos sirva
El prójimo, y nuestra propia imagen
Observemos en él, mas no la suya,
Ocurre a veces. Quien interroga a otros
Por un desconocido, debe contentarse
Con lo que halla, aun cuando sea huella
Ajena superpuesta a la que busca.

Era de edad mediana
Al conocerlo yo, enseñando,
No sé, idioma o metafísica, en puesto subalterno,
Como extraño que ha de ganar la vida
Por malas circunstancias y carece de apoyo.

A esta ciudad había venido
Desde el norte, donde antes estuvo
En circunstancias aún peores; ya conoce
Aquella gente practica y tacaña, que buscando
Va por la vida sólo rendimiento,
y poco rendimiento de tal hombre traslucía.

Aquí se hallaba a gusto, en lo posible
Para quien no parecía a gusto en. parte alguna,
Aun cuando, ido, no quisiera
Regresar, ni a varios conocidos
Locales recordó. Así trataba acaso
Que lo pasado fuera pasado realmente
y comenzar en limpio nueva etapa.

No le vi mucho, rehusando,
A lo que entiendo, el trato y compañía,
Acaso huraño y receloso en algo
Para mí indiferente. Poco hablaba,
Aunque en rara ocasión hablaba todo
Lo callado hasta entonces, altero, abrupto,
Y pareciendo luego avergonzado.

Pero seamos francos: yo no le quería
Bien, y un día, conversando
Temas insustanciales, el tiempo, los deportes,
La política, sentí temor extraño
Que en burla, no hacia mí, sino a los hombres todos
En mí representados, fuera a sacar la lengua.

Lo que pensó, amó, odió, le dejó indiferente,
Ignoro; como lo ignoro igual hasta de otros
Que conocí mejor. Nuestro vivir, de muchedumbre
A solas con un dios, un demonio o una nada,
Supongo que era el suyo también. ¿Por qué no habría de serIo?

Su pensamiento hoy puede leerse
Tras la obra, y ella sabrá decirle
Más que yo. Aunque supongo
Tales escritos sin valor alguno,
y aquí ninguno se cuidaba de su autor o ellos.

Esta fama postrera no la mueve,
En mozos tan despiertos, amor de hacer justicia,
Sino' gusto de hallar razón contra nosotros
Los viejos, el estorbo palmario en el camino,
Al cual no basta el apartar, mas el desprecio
Debe añadirse. Pues, ¿acaso,
Vive desconocido el poeta futuro?

Sabemos que un poeta es otra cosa;
La chispa que le anima pronto prende
En quienes junto a él cruzan la vida,
Sus versos aceptados tal moneda corriente.
Lope fue siempre el listo Lope, vivo o muerto.

Tan vulgar como quiera será el vulgo,
Pero la voz del vulgo es voz divina,
Por estos tiempos nuestros a lo menos;
y el vulgo era ignorante de ese hombre
Mientras viviera, en signo
Que siempre ignorará su póstuma excelencia.

La sociedad es justa, a todos trata
Como merecen; si hay exceso
Primero, con idéntico exceso retrocede,
Recobrando nivel. Piense de alguno,
Festejado tal dios por muchedumbres,
Por esas muchedumbres tal animal colgado.
Bien que ello nos repugne, justicia pura y simple.

Mas eso no se aplica a nuestro hombre.
¿Acaso hubo exceso en el olvido
Que vivió día a día? Hecho a medida
Del propio ser oscuro, exacto era; y a la muerte
Se lleva aquello que tomamos
De la vida, o lo que ella nos da: olvido
Acá, y olvido allá para él. Es lo mismo.

Luis Cernuda.

jueves, 27 de octubre de 2016

Copa de luz.



Antes de mi muerte, un árbol
está creciendo en mi tumba.

Las ramas llenan el cielo,
las estrellas son sus frutas
y en mi cuerpo siento el roce de
sus raíces profundas.

Estoy enterrado en penas,
y crece en mí una columna
que sostiene al firmamento,
copa de luz y amargura.

Si está tan triste la noche
está triste por mi culpa.

Manuel Altolaguirre.

miércoles, 26 de octubre de 2016

El poeta se acuerda de su vida.



Perdonadme: he dormido.
Y dormir no es vivir. Paz a los hombres.
Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan.
¿Vivir en ellas? Las palabras mueren.
Bellas son al sonar, mas nunca duran.
Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora
o cuando el día cumplido estira el rayo
final, ya en tu rostro acaso.
Con tu pincel de luz cierra tus ojos.
Duerme.
La noche es larga, pero ya ha pasado.

Vicente Aleixandre.

martes, 25 de octubre de 2016

Escarmiento. Fuga.



Al ver por dónde huyes
dichoso cambiaría
las sendas interiores de tu alma
por las de alegres campos.

Que si tu fuga fuera
sobre verdes caminos
y sobre las espumas,
y te vieran mis ojos,
seguirte yo sabría.

No hacia dentro de ti,
donde te internas,
que al querer perseguirte
me doy contra los muros de tu cuerpo.

No hacia dentro de ti,
porque no estemos:
tú, pálida, escondida,
yo como ante una puerta
ante tu pecho frío.

Manuel Altolaguirre.

lunes, 24 de octubre de 2016

Lo que dejé por ti.



Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.

Rafael Alberti.

viernes, 21 de octubre de 2016

El vuelo de los hombres.




Sobre la piel del cielo, sobre sus precipicios
se remontan los hombres. ¿Quién ha impulsado el vuelo?
Sonoros, derramados en aéreos ejercicios,
              raptan la piel del cielo.

Más que el cálido aceite, sí, más que los motores,
el ímpetu mecánico del aparato alado,
cóleras entusiastas, geológicos rencores,
              iras les han llevado.

Les han llevado al aire, como un aire rotundo
que desde el corazón resoplara un plumaje.
Y ascienden y descienden sobre la piel del mundo
              alados de coraje.

En un avance cósmico de llamas y zumbidos
que aeródromos de pueblos emocionados lanzan,
los soldados del aire, veloces, esculpidos,
              acerados avanzan.

El azul se enardece y adquiere una alegría,
un movimiento, una juventud libre y clara,
lo mismo que si mayo, la claridad del día
              corriera, resonara.

Los estremecimientos del valor y la altura,
los enardecimientos del azul y el vacío:
el cielo retrocede sintiendo la hermosura
              como un escalofrío.

Impulsado, asombrado, perseguido, regresa
al aire al torbellino nativo y absorbente,
mientras evolucionan los héroes en su empresa
              inverosímilmente.

Es el mundo tan breve para un ala atrevida,
para una juventud con la audacia por pluma;
reducido es el cielo, poderosa la vida,
              domada y con espuma.

El vuelo significa la alegría más alta,
la agilidad más viva, la juventud más firme.
En la pasión del vuelo truena la luz, y exalta
              alas con que batirme.

Hombres que son capaces de volar bajo el suelo,
para quienes no hay ámbitos ni grandes ni imposibles,
con la mirada tensa, prorrumpen en el vuelo
              gladiadores, temibles.

Arrebatados, tensos, peligrosos, tajantes,
igual que una colmena de soles extendidos,
de astros motorizados, de cigarras tremantes,
              cruzan con sus bramidos.

Ni un paso de planetas, ni un tránsito de toros
batiéndose, volcándose por un desfiladero,
darán al universo ni acentos más sonoros
              ni resplandor más fiero.

Todos los aviadores tenéis este trabajo:
echar abajo el pájaro fraguador de cadenas,
las ciudades podridas abajo, y más abajo
              las cárceles, las penas.

En vuestra mano está la libertad del ala,
la libertad del mundo, soldados voladores:
y arrancaréis del cielo la codiciosa y mala
              hierba de otros motores.

El aire no os ofrece ni escudos ni barreras:
el esfuerzo ha de ser todo de vuestro impulso.
Y al polvo entregaréis el vuelo de las fieras
              abatido, convulso.

Si ardéis, si eso es posible, poseedores del fuego,
no dejaréis ceniza ni rastro, sino gloria.
Espejos sobrehumanos, iluminaréis luego
              la creación, la historia.

Miguel Hernández.

jueves, 20 de octubre de 2016

La resignada.


¡Si tú misma no sabes
que no te has acabado!
Cruzas las manos blancas,
te callas las venas,
cierras los ojos, no te mueves,
de miedo a estar ya cara al cielo,
delgadas tablas entre la tierra y tú.
Te resignaste ya a la enorme sospecha:
se acabó.
¡Qué sumisión a esa muerte
que tú crees aquí!
Pero que está tan lejos,
tan lejos, yo lo veo.
Sueño, sí, no la muerte.

La señal más segura
es que no estarás sola
como los muertos cuando abras los ojos.
(Sola ya detrás del gran mundo).
No.
Al abrirlos verás
que estaba yo a tu lado,
esperando, y por eso,
por estar yo esperando,
nada más que por eso
-no por el sol y el año,
y lo azul y las huellas-,
no será muerte, no.
Sueño, sí, con su aurora.


Pedro Salinas.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Lamento.



Como de una semilla nace un bosque,
de mi pequeño corazón hundido
creció una selva de dolor y llanto.

Humo y clamor oscurecían el cielo,
que se alejaba de mi triste fronda,
cuando negó la tierra a mis raíces
linfas para el verdor oscurecido;

¿Cómo pudo secarse una esperanza,
hasta su queja dar con tanto fuego?

La pequeñez de mi secreta herida
me hace llorar aún más que la hermosura
del incendio que de ella se dilata.

Manuel Altolaguirre.

martes, 18 de octubre de 2016

Déjame esta voz.



Déjame esta voz que tengo
lo mismo que a la pampa le dejan
sus matorrales de deseo
sus ríos secos colgando de las piedras.

Déjame vivir como acero mohoso
sin puño tirado en las nubes
no quiero saber de la gloria envidiosa
con rabo y cuernos de ceniza.

Un anillo tuve de luna
tendida en la noche a comienzos de otoño
lo di a un mendigo tan joven
que sus ojos parecían dos lagos.

Me ahogué en fin amigos
ahora duermo donde nunca despierte
no saber más de mí mismo es algo triste
dame la guitarra para guardar las lágrimas.

Luis Cernuda.

lunes, 17 de octubre de 2016

Pétalos.



Mírate en el espejo y luego mira
estos retratos tuyos olvidados:
pétalos son de tu belleza antigua,
y deja que de nuevo te retrate
deshojándose así de tu presente;
que cuando, ya invisible, sólo seas
alto perfume: alma y recuerdo,
junto al tallo sin flor, pondré caídos
estos retratos tuyos, para verte
como aroma subir y como forma
quedar abandonada en este suelo.



Manuel Altolaguirre.

viernes, 14 de octubre de 2016

Tus palabras.



Apoyada en mi hombro
eres mi ala derecha.
Como si desplegaras
tus suaves plumas negras,
tus palabras a un cielo
blanquísimo me elevan.

Exaltación. Silencio.
Sentado estoy a mi mesa,
sangrándome la espalda,
doliéndome tu ausencia.


Manuel Altolaguirre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...