viernes, 9 de octubre de 2015

Narciso.







¿Dónde habitas, amor, en qué profundo
seno existes del agua o de mi alma?
Lejos, en tu sin fondo abismo verde,
a mi llamada pronto e infalible.

Nuestras frentes unánimes separa
frío, cruel cristal inexorable.

Zarzas de tus cabellos y los míos
tienden, en vano, a unir lindes fronteras.

Sobre el mío y tu cuello mantenido
un templo de distancia en dos columnas
silencio eterno guarda entre sus muros;
nuestro mutuo secreto, nuestro diálogo.

Silencio en que te adoro, en que te encierras,
recinto de silencio inaccesibles
y lugar a la vez de nuestras citas.

¡Siglos espero frente a la cruenta
muralla dura que lamento inerme!

Eternidades entre nuestras bocas
a cien brisas y a cien vuelos de pájaros.

¿Para qué pies que hollaban la pradera
jóvenes, blancos corzos corredores
si no me llevan hacia ti ni un punto?

¿Para qué brazos tallos de mis manos
si jamás alcanzarán a estrecharte?

¡Límpida, clara linfa temblorosa
jamás en nuestro abrazo aprisionada!

¿Para qué vida, en fin, si vida acaba
en el umbral de la mansión oscura
donde moras sin hálito, en el vidrio
que con mi aliento ni a empañar alcanzo?

¡Oh, sueño sin ensueño, muerte quieta
lecho para mi anhelo, eterno insomne!

Único al fin reposo de mis ojos
tu infinito vacío negro espejo!



Rosa Chacel.

jueves, 8 de octubre de 2015

Mis prisiones.






Sentirse solo en medio de la vida
casi es reinar, pero sentirse solo
en medio del olvido, en el oscuro
campo de un corazón, es estar preso,
sin que siquiera una avecilla trine
para darme noticias de la aurora.

Y el estar preso en varios corazones,
sin alcanzar conciencia de cuál sea
la verdadera cárcel de mi alma,
ser el centro de opuestas voluntades,
si no es morir, es envidiar la muerte.



Manuel Altolaguirre.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Elegía de un madrigal.






    Recuerdo que una tarde de soledad y hastío,
¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,
bajo el azul monótono, un ancho y terso río
que ni tenía un pobre juncal en su ribera.
    ¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia
que borra el misterioso azogue del cristal!
    ¡Oh el alma sin amores que el Universo copia
con un irremediable bostezo universal¡

    Quiso el poeta recordar a solas,
las ondas bien amadas, la luz de los cabellos
que él llamaba en sus rimas rubias olas.
Leyó... La letra mata: no se acordaba de ellos...
    Y un día -como tantos-, al aspirar un día
aromas de una rosa que en el rosal se abría,
brotó como una llama la luz de los cabellos
que él en sus madrigales llamaba rubias olas,
brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos...
Y se alejó en silencio para llorar a solas.



Antonio Machado.

martes, 6 de octubre de 2015

Y esos niños en hilera.





¡Y esos niños en hilera,
llevando el sol de la tarde
en sus velitas de cera!...

¡De amarilla calabaza,
en el azul, cómo sube
la luna, sobre la plaza!


Duro ceño.
Pirata, rubio africano,
barbitaheño.

Lleva un alfanje en la mano.
Estas figuras del sueño...

Donde las niñas cantan en corro,
en los jardines del limonar,
sobre la fuente, negro abejorro
pasa volando, zumba al volar.

Se oyó un bronco gruñir de abuelo
entre las claras voces sonar,
superflua nota de violoncelo
en los jardines del limonar.

Entre las cuatro blancas paredes,
cuando una mano cerró el balcón,
por los salones de sal-si-puedes
suena el rebato de su bordón.

Muda en el techo, quieta, ¿dormida?
la negra nota de angustia está,
y en la pradera verdiflorida
de un sueño niño volando va...



Antonio Machado.

lunes, 5 de octubre de 2015

Una sien contra mi hombro.








        (Con Heine)

En aquel balcón tan largo, nos quedamos los dos solos.
Desde la mañana hermosa de aquel día, éramos novios.

Los verdores del jardín anochecían sus tonos
con las nubéculas rojas del oscurecer de otoño.

Yo te quería besar y tú cerrabas los ojos;
me señalabas tus sienes, te dolía tu tesoro.

Caían las hojas mustias en el pozo silencioso
y en el aire erraba aún el calor del heliotropo.

No me querías mirar.
Te abrí a la fuerza los ojos,
te me abrazaste clavándome una sien contra mi hombro.



Juan Ramón Jiménez.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...