viernes, 21 de octubre de 2016

El vuelo de los hombres.




Sobre la piel del cielo, sobre sus precipicios
se remontan los hombres. ¿Quién ha impulsado el vuelo?
Sonoros, derramados en aéreos ejercicios,
              raptan la piel del cielo.

Más que el cálido aceite, sí, más que los motores,
el ímpetu mecánico del aparato alado,
cóleras entusiastas, geológicos rencores,
              iras les han llevado.

Les han llevado al aire, como un aire rotundo
que desde el corazón resoplara un plumaje.
Y ascienden y descienden sobre la piel del mundo
              alados de coraje.

En un avance cósmico de llamas y zumbidos
que aeródromos de pueblos emocionados lanzan,
los soldados del aire, veloces, esculpidos,
              acerados avanzan.

El azul se enardece y adquiere una alegría,
un movimiento, una juventud libre y clara,
lo mismo que si mayo, la claridad del día
              corriera, resonara.

Los estremecimientos del valor y la altura,
los enardecimientos del azul y el vacío:
el cielo retrocede sintiendo la hermosura
              como un escalofrío.

Impulsado, asombrado, perseguido, regresa
al aire al torbellino nativo y absorbente,
mientras evolucionan los héroes en su empresa
              inverosímilmente.

Es el mundo tan breve para un ala atrevida,
para una juventud con la audacia por pluma;
reducido es el cielo, poderosa la vida,
              domada y con espuma.

El vuelo significa la alegría más alta,
la agilidad más viva, la juventud más firme.
En la pasión del vuelo truena la luz, y exalta
              alas con que batirme.

Hombres que son capaces de volar bajo el suelo,
para quienes no hay ámbitos ni grandes ni imposibles,
con la mirada tensa, prorrumpen en el vuelo
              gladiadores, temibles.

Arrebatados, tensos, peligrosos, tajantes,
igual que una colmena de soles extendidos,
de astros motorizados, de cigarras tremantes,
              cruzan con sus bramidos.

Ni un paso de planetas, ni un tránsito de toros
batiéndose, volcándose por un desfiladero,
darán al universo ni acentos más sonoros
              ni resplandor más fiero.

Todos los aviadores tenéis este trabajo:
echar abajo el pájaro fraguador de cadenas,
las ciudades podridas abajo, y más abajo
              las cárceles, las penas.

En vuestra mano está la libertad del ala,
la libertad del mundo, soldados voladores:
y arrancaréis del cielo la codiciosa y mala
              hierba de otros motores.

El aire no os ofrece ni escudos ni barreras:
el esfuerzo ha de ser todo de vuestro impulso.
Y al polvo entregaréis el vuelo de las fieras
              abatido, convulso.

Si ardéis, si eso es posible, poseedores del fuego,
no dejaréis ceniza ni rastro, sino gloria.
Espejos sobrehumanos, iluminaréis luego
              la creación, la historia.

Miguel Hernández.

jueves, 20 de octubre de 2016

La resignada.


¡Si tú misma no sabes
que no te has acabado!
Cruzas las manos blancas,
te callas las venas,
cierras los ojos, no te mueves,
de miedo a estar ya cara al cielo,
delgadas tablas entre la tierra y tú.
Te resignaste ya a la enorme sospecha:
se acabó.
¡Qué sumisión a esa muerte
que tú crees aquí!
Pero que está tan lejos,
tan lejos, yo lo veo.
Sueño, sí, no la muerte.

La señal más segura
es que no estarás sola
como los muertos cuando abras los ojos.
(Sola ya detrás del gran mundo).
No.
Al abrirlos verás
que estaba yo a tu lado,
esperando, y por eso,
por estar yo esperando,
nada más que por eso
-no por el sol y el año,
y lo azul y las huellas-,
no será muerte, no.
Sueño, sí, con su aurora.


Pedro Salinas.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Lamento.



Como de una semilla nace un bosque,
de mi pequeño corazón hundido
creció una selva de dolor y llanto.

Humo y clamor oscurecían el cielo,
que se alejaba de mi triste fronda,
cuando negó la tierra a mis raíces
linfas para el verdor oscurecido;

¿Cómo pudo secarse una esperanza,
hasta su queja dar con tanto fuego?

La pequeñez de mi secreta herida
me hace llorar aún más que la hermosura
del incendio que de ella se dilata.

Manuel Altolaguirre.

martes, 18 de octubre de 2016

Déjame esta voz.



Déjame esta voz que tengo
lo mismo que a la pampa le dejan
sus matorrales de deseo
sus ríos secos colgando de las piedras.

Déjame vivir como acero mohoso
sin puño tirado en las nubes
no quiero saber de la gloria envidiosa
con rabo y cuernos de ceniza.

Un anillo tuve de luna
tendida en la noche a comienzos de otoño
lo di a un mendigo tan joven
que sus ojos parecían dos lagos.

Me ahogué en fin amigos
ahora duermo donde nunca despierte
no saber más de mí mismo es algo triste
dame la guitarra para guardar las lágrimas.

Luis Cernuda.

lunes, 17 de octubre de 2016

Pétalos.



Mírate en el espejo y luego mira
estos retratos tuyos olvidados:
pétalos son de tu belleza antigua,
y deja que de nuevo te retrate
deshojándose así de tu presente;
que cuando, ya invisible, sólo seas
alto perfume: alma y recuerdo,
junto al tallo sin flor, pondré caídos
estos retratos tuyos, para verte
como aroma subir y como forma
quedar abandonada en este suelo.



Manuel Altolaguirre.

      Eternidad. Este jardín donde estoy siempre estuvo en mí. No existo. Tanta vida, tal conciencia, borran mi ser en el tiempo. Conocer la...