viernes, 12 de junio de 2015
Mirlo fiel.
Cuando el mirlo, en lo verde nuevo, un día
vuelve, y silba su amor, embriagado,
meciendo su inquietud en fresco de oro,
nos abre, negro, con su rojo pico,
carbón vivificado por su ascua,
un alma de valores armoniosos
mayor que todo nuestro ser.
No cabemos, por él, redondos, plenos,
en nuestra fantasía despertada.
(El sol, mayor que el sol,
inflama el mar real o imajinario,
que resplandece entre el azul frondor,
mayor que el mar, que el mar.)
Las alturas nos vuelcan sus últimos tesoros,
preferimos la tierra donde estamos,
un momento llegamos,
en viento, en ola, en roca, en llama,
al imposible eterno de la vida.
La arquitectura etérea, delante,
con los cuatro elementos sorprendidos,
nos abre total, una,
a perspectivas inmanentes,
realidad solitaria de los sueños,
sus embelesadoras galerías.
La flor mejor se eleva a nuestra boca,
la nube es de mujer,
la fruta seno nos responde sensual.
Y el mirlo canta, huye por lo verde,
y sube, sale por lo verde, y silba,
recanta por lo verde venteante,
libre en la luz y la tersura,
torneado alegremente por el aire,
dueño completo de su placer doble;
entra, vibra silbando, ríe, habla,
canta... Y ensancha con su canto
la hora parada de la estación viva.
y nos hace la vida suficiente.
¡Eternidad, hora ensanchada,
paraíso de lustror único, abierto
a nosotros mayores, pensativos,
por un ser diminuto que se ensancha!
¡Primavera, absoluta primavera,
cuando el mirlo ejemplar, una mañana,
enloquece de amor entre lo verde!
Juan Ramón Jiménez.
jueves, 11 de junio de 2015
El Vencedor.
No más desgana displicente.
Que el maravilloso deseo
Te impulse por la gran pendiente
Donde triunfarás como Anteo
No hay contacto que desaliente.
Alegría del sol hermana
¿Ya nunca se despertará?
¿Hoy no vale más que mañana?
¿Acá no puede más que allá?
Tú vences si el deseo gana.
Jorge Guillén.
martes, 9 de junio de 2015
35 Bujías.
Sí. Cuando quiera yo
la soltaré.
Está presa, aquí arriba, invisible.
Yo la veo en su claro castillo de cristal, y la vigilan
-cien mil lanzas- los rayos
-cien mil rayos- del sol.
Pero de noche,
cerradas las ventanas
para que no la vean
-guiñadoras espías- las estrellas,
la soltaré. (Apretar un botón.)
Caerá toda de arriba
a besarme, a envolverme
de bendición, de claro, de amor, pura.
En el cuarto ella y yo no más,
amantes eternos, ella mi iluminadora
musa dócil en contra de secretos en masa de la noche
-afuera-
descifraremos formas leves, signos,
perseguidos en mares de blancura
por mí, por ella, artificial princesa,
amada eléctrica.
Pedro Salinas.
lunes, 8 de junio de 2015
Mensajera de la estación total.
Todas las frutas eran de su cuerpo,
las flores todas, de su alma.
Y venía, y venía entre las hojas verdes, rojas, cobres,
por los caminos todos de cuyo fin con árboles desnudos
pasados en su fin a otro verdor,
ella había salido y eran su casa llena natural.
¿Y a qué venía, a qué venía?
Venía sólo a no acabar,
a perseguir en sí toda la luz,
a iluminar en sí toda la vida
con forma verdadera y suficiente.
Era lo elemental más apretado
en redondez esbelta y elegida:
agua y fuego con tierra y aire,
cinta ideal de suma gracia,
combinación y metamorfosis.
Espejo de iris mágico de sí,
que viese lo de fuera desde fuera
y desde dentro lo de dentro;
la delicada y fuerte realidad
de la imagen completa.
Mensajera de la estación total,
todo se hacía vista en ella.
(Mensajera,
¡qué gloria ver para verse a sí mismo,
en sí mismo,
en uno mismo,
en una misma,
la gloria que proviene de nosotros!)
Ella era esa gloria ¡y lo veía!
Todo, volver a ella sola,
solo, salir toda de ella.
(Mensajera,
tú existías. Y lo sabía yo.)
Juan Ramón Jiménez.
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