viernes, 20 de julio de 2018
Elegía del silencio.
Silencio, ¿dónde llevas tu cristal empañado
de risas, de palabras y sollozos del árbol?
¿Cómo limpias, silencio, el rocío del canto
y las manchas sonoras que los mares lejanos
dejan sobre la albura serena de tu manto?
¿Quién cierra tus heridas cuando sobre los campos
alguna vieja noria clava su lento dardo
en tu cristal inmenso?
¿Dónde vas si al ocaso te hieren las campanas
y quiebran tu remanso las bandadas de coplas
y el gran rumor dorado que cae sobre los montes azules sollozando?
El aire del invierno hace tu azul pedazos,
y troncha tus florestas el lamentar callado de alguna fuente fría.
Donde posas tus manos, la espina de la risa
o el caluroso hachazo de la pasión encuentras.
Si te vas a los astros, el zumbido solemne de los azules pájaros
quiebra el gran equilibrio de tu escondido cráneo.
Huyendo del sonido eres sonido mismo,
espectro de armonía, humo de grito y canto.
Vienes para decirnos en las noches oscuras
la palabra infinita sin aliento y sin labios.
Taladrado de estrellas y maduro de música,
¿donde llevas, silencio, tu dolor extrahumano,
dolor de estar cautivo en la araña melódica,
ciego ya para siempre tu, manantial sagrado?
Hoy arrastran tus ondas turbias de pensamiento
la ceniza sonora y el dolor del antaño.
Los ecos de los gritos que por siempre se fueron.
El estruendo remoto del mar, momificado.
Si Jehová se ha dormido, sube al trono brillante,
quiébrale en su cabeza un lucero apagado,
y acaba seriamente con la música eterna,
la armonía sonora de luz, y mientras tanto,
vuelve a tu manantial, donde en la noche eterna,
antes que Dios y el tiempo,
manabas sosegado.
Federico García Lorca.
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