Él perfilaba despacio sus versos.
Aquí
una cabeza delicada.
Aquí
apenas una penumbra.
Le
veíamos a veces dibujar minuciosamente una sombra.
Retrataba
con imposible mano la caída
muy lenta de un sonido
esfumándose.
Y le veíamos encarnizarse,
disponerse a apresar,
absorberse
en su detenidísima tarea,
hasta
que al fin levantaba sus grandes ojos humanos,
su
empeñado rostro sonriente, donde el transcurrir de la vida,
la
generosidad, su pasión, su obstinado creer,
su invencible verdad, su fiel luz
se entregaban.
Entre sus compañeros él supo
reconocerse en todos
y
en todos supo encontrar alegría.
Todos
partieron, todos juntos en un momento,
para muy diferentes caminos.
Como
todos él acaso partiera; pero todos pudieron decir
que
en la fatigosa carrera, cuando con el pecho desnudo
y la luz remotísima todos corrían con
esperanza,
con fatalidad, hacia el viento, él,
que también corriera,
que como los demás corría con su
frenética labor,
él para cada uno algún instante
aparecía sonriente
en la ladera al paso, como el
espectador que le ve,
como el espectador que le mira y
que confía más que nadie,
y que le grita una palabra, y que
con los ojos le empuja,
y que con él corre y llega.
El llegaba como todos, como cada
uno, allí donde nadie esperaba,
allí
con la sensación de entregar el aliento para cumplir su vida.
Pero
de su llegada decía poco, y mezclado con el público
general
de ]a carrera esforzada, lo comentaba como casi nadie,
apasionándose por cada uno, y
cada uno podía creer
que allí entre el público
bullidero y anónimo
él tenía por lo menos un feroz
partidario.
Su
corazón fue entender, y presenciar, y esfumarse.
Comentaba
la vida con precisa palabra
y
la hacía líneas sutiles, sin maraña, en su orden,
y
él tenía el secreto -oh, el abierto secreto- de la raya que tiembla,
dirigida,
continua, sobre el mapa entregado.
Vivió
lejos, partido: corazón agrupado
pero
no dividido. Trazó vidas, minutos.
Entendió
vida siempre, y amó vida, transcurso.
Al
final, ya maduro, descorrió los telones
y
armó historias o sueños, irguió vidas o voces.
Hoy
nos mira de lejos, y cada uno ahora sabe
que
le mira, y a él solo. Entendiendo, esperando,
es
Salinas, su nombre, su delgado sonido.
Sí,
se escucha su nombre, se pronuncia despacio:
-Sí,
Salinas...-, y sientes que un rumor, unos ojos...
Vicente Aleixandre.