miércoles, 23 de mayo de 2018

El cielo que es azul Ardor.


Ardor. Cornetines suenan
tercos, y en las sombras chispas
estallan. Huele a un metal
envolvente. Moles. Vibran
extramuros despoblados
en torno a casas henchidas
de reclusión y de siesta.
En sí la luz se encarniza.

¿Para quién el sol? Se juntan
los sueños de las avispas.
¿Quedará el ardor a solas
con la tarde? Paz vacía:
cielo abandonado al cielo,
sin un testigo, sin línea.
Pero sobre un redondel
cae de repente y se fija,
redonda, compacta, muda,
la expectación. Ni respira.
¡Qué despejado lo azul,
qué gravitación tranquila!

Y en el silencio se cierne
la unanimidad del día,
que ante el toro estupefacto
se reconcentra amarilla.

¡Ardor: reconcentración
de espíritus en sus dichas!
Bajo Agosto van los seres
profundizándose en minas.

¡Calientes minas del ser,
calientes de ser! Se ahíncan,
se obstinan profundamente
masas en bloques. ¡Canícula
de bloques iluminados,
plenarios, para más vida!
Todo en el ardor va a ser,
¡amor!, lo que más sería.

¡Ser más, ser lo más y ahora
alzarme a la maravilla
tan mía, que está aquí ya,
que me rige! La luz guía.


Jorge Guillén.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...