miércoles, 13 de mayo de 2015
Razón de amor. Versos 733 a 784
Aquí,
en esta orilla blanca
del lecho donde duermes,
estoy al borde mismo de tu sueño.
Si diera un paso más,
caería en sus ondas, rompiéndolo
como un cristal.
Me sube el calor de tu sueño
hasta el rostro.
Tu hálito te mide la andadura
del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve,
me entrega ese tesoro exactamente:
el ritmo de tu vivir soñando.
Miro.
Veo la estofa de que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
toda entera, desnuda,
cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
las ansias y los besos:
esperan, ya sin prisa,
a que abriendo los ojos
renuncies a tu ser invulnerable.
Busco tu sueño.
Con mi alma doblada sobre ti
las miradas recorren, traslúcida, tu carne
y apartan dulcemente las señas corporales
por ver si hallan detrás
las formas de tu sueño.
No lo encuentran.
Y entonces pienso en tu sueño.
Quiero descifrarlo.
Las cifras no sirven, no es secreto.
Es sueño y no misterio.
Y de pronto, en el alto silencio de la noche,
un soñar mío empieza
al borde de tu cuerpo; en él el tuyo siento.
Tú dormida, yo en vela,
hacíamos lo mismo.
No había que buscar: tu sueño era mi sueño.
Pedro Salinas.
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