lunes, 3 de marzo de 2014

La naturaleza.






Le gustaba al niño ir siguiendo paciente, día tras día,
el brotar oscuro de las plantas y de las flores.

La aparición de una hoja, plegada aún y apenas visible 
su verde traslúcido junto al tallo donde ayer no estaba,
le llenaba de asombro, y con ojos atentos, 

durante largo rato, quería sorprender su movimiento, 
su crecimiento invisible, tal otros quieren sorprender en el vuelo, 
cómo mueve las alas el pájaro.

Tomar un renuevo tierno de la planta adulta 

y sembrarlo aparte, con mano que él deseaba de aire
blando y suave, los cuidados que entonces requería,
mantenerlo a la sombra los primeros días, 

regar su sed inexperta a la mañana 
y al atardecer en tiempo caluroso,
le embebecían desesperanza desinteresada.

Qué alegría cuando veía las hojas romper al fin,

 y su color tierno, que a fuerza de transparencia casi parecía luminoso, 
acusando en relieve las venas, 
oscurecerse poco a poco con la savia más fuerte. 
Sentía como si él mismo hubiese obrado el milagro de dar vida, 
de despertar sobre la tierra fundamental, tal un dios, 
la forma antes dormida en el sueño de lo inexistente.



Luis Cernuda.

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