viernes, 21 de marzo de 2014

Rima XXVII Duerme.




  Despierta, tiemblo al mirarte; 
dormida, me atrevo a verte; 
por eso, alma de mi alma, 
yo velo mientras tú duermes.

  Despierta, ríes, y al reír tus labios 
    inquietos me parecen 
relámpagos de grana que serpean 
    sobre un cielo de nieve.

  Dormida, los extremos de tu boca 
    pliega sonrisa leve, 
suave como el rastro luminoso 
    que deja un sol que muere. 
  ¡Duerme!

  Despierta, miras y al mirar tus ojos 
    húmedos resplandecen 
como la onda azul en cuya cresta 
    chispeando el sol hiere.

  Al través de tus párpados, dormida, 
    tranquilo fulgor vierten, 
cual derrama de luz, templado rayo, 
    lámpara transparente. 
   ¡Duerme!

  Despierta, hablas y al hablar vibrantes 
    tus palabras parecen 
lluvia de perlas que en dorada copa 
    se derrama a torrentes.

  Dormida, en el murmullo de tu aliento 
    acompasado y tenue, 
escucho yo un poema que mi alma 
    enamorada entiende. 
¡Duerme!

  Sobre el corazón la mano 
me he puesto porque no suene 
su latido y de la noche 
turbe la calma solemne.

  De tu balcón las persianas 
cerré ya porque no entre 
el resplandor enojoso 
de la aurora y te despierte. 
¡Duerme!

Gustavo Adolfo Bécquer.

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