lunes, 3 de junio de 2019

El ojo: Pestaña, visión.


Hilo o más bien rayo de sombra
que inserto en ese párpado eres rastro,
ceniza de aquel fuego.

El borde de la carne sin pestaña
desampara el ojo átono, que turbio mira
y no conoce.

Desdibujada la verdad vacila en el ojo indefenso.
Sin bordes se refleja como una mancha triste.

Parado el ojo abierto no recoge
el dibujo finísimo: la línea viva de la sombra y luz,
en fiel contraste íntimo.
Realidad afligida. Sin límites no existes.
Y el ojo a ciegas se equivoca y toma
solo un golpe, y se cierra.

Pero esa sombra fina, finísima, esos hilos,
ese rayo sembrado que te orna, ojo completo,
concentra o da fijeza a tu borde imperioso
que sostiene ese globo y su dulce ejercicio.

Rayos, papilas negras, bosques trémulos, bordes
largos que siendo rayos a la luz determinan.
Se abren, se alzan, el ojo brilla justo y precioso,
brilla justo y domina. ¡Realidad limitada!
El pincel de la luz se encarniza en las líneas.

Tiembla en la herida viva de la luz acosada
y su borde se entrega, doloroso, gozoso.
Batalla de la sombra con la luz. Justas nupcias.
Y allí el ojo aceptando, separando, integrando.
El ojo soberano con su palio negrísimo.

¡Oh pestañas sutiles! ¡Oh verdad, en rigor!

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...