jueves, 13 de junio de 2019
Bajo la tierra.
No. No. Nunca. Jamás.
Mi corazón no existe.
Será inútil que vosotros, uno a uno, como árboles desnudos,
paséis cuando la tierra gira.
Inútil que la luz suene en las hojas como un viento querido
e imite dulcemente un corazón que llama.
No. Yo soy la sombra oscura que en las raíces de los árboles
se curva como serpiente emitiendo una música.
Serpiente gruesa que como tronco de árbol
bajo tierra respira sin sospechar un césped.
Yo sé que existe un cielo.
A caso un Dios que sueña.
Sé que ese azul radiante que lleváis en los ojos
es un cielo pequeño con un oro dormido.
Bajo tierra se vive. La humedad es la sangre.
Hay lombrices pequeñas como niños no nacidos.
Hay tubérculos que hacia dentro crecen como las flores.
Ignoran que en lo sumo y en libertad los pétalos
son rosas, amarillos, carmines o inocentes.
Hay piedras que nunca serán ojos. Hay hierbas que son saliva triste.
Hay dientes en la tierra que en medio de los sueños
se mueven y mastican lo que nunca es el beso.
Debajo de la tierra hay, más honda, la roca,
Ja desnuda, la purísima roca donde solo podrían vivir seres humanos,
donde el calor es posible a las carnes desnudas
que allí aplicadas serían flores soberbias, límpidas.
Hay agua bajo la tierra. Agua oscura, ¿sabéis?
Agua sin cielo.
Agua que muda espera por milenios el rostro,
el puro o cristalino rostro que se refleje,
o ese plumón de pájaro que rasga un cielo abierto.
Más hondo, más, el fuego purifica.
Es el fuego desierto donde nunca descienden.
Destierro prohibido a las almas, a las sombras.
Entrañas que se abrasan de soledad sin numen.
No sois vosotros, los que vivís en el mundo,
los que pasáis o dormís entre blancas cadenas,
los que voláis acaso con nombre de poniente,
o de aurora o de cénit,
no sois los que sabréis el destino de un hombre.
Vicente Aleixandre.
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