jueves, 14 de febrero de 2019

La última muerte.



La última muerte de esta guerra
se desprendió de su ruina.
Un huracán. Quedó la tierra adolescente,
matutina.

El virginal renacimiento
iluminó al superviviente.
Enmudecido quedó el viento
ante la vida diferente.

Sobre el luciente acantilado
contemplando la lejanía,
devuelta a su primer estado
bajo la hermosa luz del día,

con inocencia y con olvido,
con esperanza y con anhelo,
a ningún yugo sometido,
nadador libre para el vuelo,

está el hijo de la victoria,
nacido de un alba sangrienta,
desnudo, cubierto de gloria
al amainarse la tormenta.

Se retiran los horizontes
y se dilatan las alturas,
como suspiros son los montes
sobre la paz de las llanuras.

El llanto antiguo por la guerra
sobre la flor se hace rocío.
La noche está bajo la tierra:
es un sepulcro negro y frío.

Como cortinas funerales
que pendieran de los confines,
colgando están los vendavales
sus caudalosas, negras crines.

Sobre el abismo de la muerte
están los cielos de la vida.
Un hombre nuevo, sano y fuerte,
junto a las águilas anida.


Manuel Altolaguirre.

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