miércoles, 31 de octubre de 2018

Rostro final.


La decadencia añade verdad, pero no halaga.
Ah, la vicisitud  no se cancelará,
pues todo es el tiempo.
Más sí su doloroso error, su poso triste.
Más bien su torva imagen.
su residuo imprimido: allí el horror sin máscara.
Pues no es el viejo la máscara sino otra desnudez impúdica;
más allá de la piel se está asomando, sin dignidad.
Desorden: no es un rostro el que vemos.
Por eso, cuando el viejo exhibe su hilarante visión
se ve entre rejas, degradado el recuerdo de algún vivir,
 y asoma la afilada nariz, comida o roída, el pelo quedo,
estopa, la gota turbia que hace el ojo,
y el hueco o sima donde estuvo la boca y falta.
Allí una herida seca aún se abre y remeda algún son: un fuelle triste.
Con garfios cogidos a los hierros, mascullándose
sonidos rotos por unos dientes grandes, amarillos,
que de otra especie son, si existen.
Ya no humanos.
Allí tras ese rostro un grito queda,
un alarido suspenso, la gesticulación sin tiempo...
Y allí entre hierros vemos la mentira final.
La ya no vida.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...