viernes, 13 de abril de 2018

Un día. La noche.



A Gerardo Diego

Desfilaron las sombras
de los que me quisieron.

Era una mala sombra
repetida mil veces.
Un ángel sombrío, solo,
como un amor sin flechas,
anclas, ni fuego.
Había vivido en todos
los cuerpos ya en ruinas
que me quisieron antes,
los que se desconcharon
y en lugar de esqueletos
dejaron en la tierra
una sombra, las sombras
que enturbian mis recuerdos,
un luto permanente;
muchedumbre de sombras
que hacen negra la noche,
mi tristeza, mi vida.

Esta oscuridad es sólo
una turba de ángeles negros,
de custodios vacantes,
de soledades juntas,
de silencios unidos.

Es el pavor caliente.
Son las almas viudas
de sus cuerpos adúlteros.

Despeinados los fuegos
opacos del infierno,
sus greñas carbonizan
y ocultan cuanto tocan.

No hay alba que mitigue
este castigo denso,
esta espesa tiniebla,
esta muerte profunda.

Manuel Altolaguirre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...