jueves, 11 de enero de 2018
La posesión.
El cuerpo no quiere deshacerse sin antes haberse consumado.
Y ¿cómo se consuma el cuerpo?
La inteligencia no sabe decírselo, aunque sea ella
quien más claramente conciba esa ambición del cuerpo,
que éste sólo vislumbra.
El cuerpo no sabe sino que está aislado,
terriblemente aislado, mientras que frente a él, unida,
entera, la creación está llamándole.
Sus formas, percibidas por el cuerpo a través de los sentidos, con la atracción honda que suscitan (colores, sonidos, olores), despiertan en el cuerpo un instinto de que también él es parte de ese admirable mundo sensual, pero que está desunido y fuera de él, no en él. ¡Entrar en ese mundo, del cual es parte aislada, fundirse con él!
Mas para fundirse con el mundo no tiene el cuerpo los medios del espíritu,
que puede poseerlo todo sin poseerlo o como si no lo poseyera.
El cuerpo únicamente puede poseer las cosas,
y eso sólo un momento, por el contacto de ellas.
Así, al dejar éstas su huella sobre él, conoce el cuerpo las cosas.
No se lo reprochemos: el cuerpo, siendo lo que es, tiene que hacer lo que hace,
tiene que querer lo que quiere.
¿Vencerlo? ¿Dominarlo? Cuán pronto se dice eso.
El cuerpo advierte que sólo somos él por un tiempo, y que también él tiene que realizarse
a su manera, para lo cual necesita nuestra ayuda.
Pobre cuerpo, inocente animal tan calumniado; tratar de bestiales sus impulsos,
cuando la bestialidad es cosa del espíritu.
Aquella tierra estaba frente a ti, y tú inerme frente a ella. Su atracción era precisamente del orden necesario a tu naturaleza: todo en ella se conformaba a tu deseo.
Un instinto de fusión con ella, de absorción en ella, urgían tu ser, tanto más cuanto que la precaria vislumbre sólo te era concedida por un momento.
Y ¿cómo subsistir y hacer subsistir al cuerpo con memorias inmateriales?
En un abrazo sentiste tu ser fundirse con aquella tierra;
a través de un terso cuerpo oscuro, oscuro como penumbra, terso como fruto,
alcanzaste la unión con aquella tierra que lo había creado.
Y podrás olvidarlo todo, todo menos ese contacto de la mano sobre un cuerpo, memoria donde parece latir, secreto y profundo, el pulso mismo de la vida.
Luis Cernuda.
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