lunes, 8 de junio de 2015
Mensajera de la estación total.
Todas las frutas eran de su cuerpo,
las flores todas, de su alma.
Y venía, y venía entre las hojas verdes, rojas, cobres,
por los caminos todos de cuyo fin con árboles desnudos
pasados en su fin a otro verdor,
ella había salido y eran su casa llena natural.
¿Y a qué venía, a qué venía?
Venía sólo a no acabar,
a perseguir en sí toda la luz,
a iluminar en sí toda la vida
con forma verdadera y suficiente.
Era lo elemental más apretado
en redondez esbelta y elegida:
agua y fuego con tierra y aire,
cinta ideal de suma gracia,
combinación y metamorfosis.
Espejo de iris mágico de sí,
que viese lo de fuera desde fuera
y desde dentro lo de dentro;
la delicada y fuerte realidad
de la imagen completa.
Mensajera de la estación total,
todo se hacía vista en ella.
(Mensajera,
¡qué gloria ver para verse a sí mismo,
en sí mismo,
en uno mismo,
en una misma,
la gloria que proviene de nosotros!)
Ella era esa gloria ¡y lo veía!
Todo, volver a ella sola,
solo, salir toda de ella.
(Mensajera,
tú existías. Y lo sabía yo.)
Juan Ramón Jiménez.
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