lunes, 14 de julio de 2014

Es el más pequeño.




Es el más pequeño de todos, el último.
Pero no le digáis nada; 
dejadle que juegue.
Es más chico que los demás,
 y es un niño callado.
Al balón apenas si puede darle con su bota pequeña.
Juega un rato y luego pronto le olvidan.
Todos pasan gritando, sofocados, enormes,
y casi nunca le ven. 
Él golpea una vez, y después de mucho rato otra vez,
y los otros se afanan, brincan, lucen, vocean.
La masa inmensa de los muchachos, agolpada, rojiza.
Y pálidamente el niño chico los mira
y mete diminuto su pie pequeño, y al balón no lo toca.
Y se retira. 
Y los ve. 
Son jadeantes, son desprendidos quizá de arriba, 
de una montaña, son quizá un montón de roquedos que llegó ruidosísimo
de allá, de la cumbre.

Y desde el quieto valle, desde el margen del río,
el niño chico no los contempla.
Ve la montaña lejana. 
Los picachos, el cántico de los vientos.
Y cierra los ojos, y oye
el enorme resonar de sus propios pasos gigantes 
por las rocas bravías.

Vicente Aleixandre.

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