viernes, 16 de mayo de 2014
Del pasado efímero
Este hombre del casino provinciano
Que vio a Carancha recibir un día,
Tiene mustia la tez, el pelo cano,
Ojos velados por melancolía;
Bajo el bigote gris, labios de hastío,
Y una triste expresión, que no es tristeza,
Sino algo más y menos: el vacío
Del mundo en la oquedad de su cabeza.
Aún luce de corinto terciopelo
Chaqueta y pantalón abotinado,
Y un cordobés color de caramelo,
Pulido y torneado.
Tres veces heredó; tres ha perdido
Al monte su caudal; dos ha enviudado.
Sólo se anima ante el azar prohibido,
Sobre el verde tapete reclinado,
O al evocar la tarde de un torero,
La suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
La hazaña de un gallardo bandolero,
O la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de política banales
Dicterios al gobierno reaccionario,
Y augura que vendrán los liberales,
Cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, del cielo aguarda
Y al cielo teme; alguna vez suspira.
Pensando en su olivar, y al cielo mira
Con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
Prisionero en la Arcadia del presente,
Le aburre; sólo el humo del tabaco
Simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
Sino de nunca; de la cepa hispana
No es fruto maduro ni podrido,
Es una fruta vana
De aquella España que pasó y no ha sido,
Esa que hoy tiene la cabeza cana.
Antonio Machado.
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