jueves, 17 de octubre de 2013

Los Olivos.





A Manolo Ayuso



 ¡Viejos olivos sedientos 
bajo el claro sol del día, 
olivares polvorientos 
del campo de Andalucía! 
¡El campo andaluz, peinado 
por el sol canicular, 
de loma en loma rayado 
de olivar y de olivar! 
Son las tierras 
soleadas, 
anchas lomas, lueñes sierras 
de olivares recamadas. 
Mil senderos. Con sus machos, 
abrumados de capachos, 
van gañanes y arrieros. 
¡De la venta del camino 
a la puerta, soplan vino 
trabucaires bandoleros! 
¡Olivares y olivares 
de loma en loma prendidos 
cual bordados alamares! 
¡Olivares coloridos 
de una tarde anaranjada; 
olivares rebruñidos 
bajo la luna argentada! 
¡Olivares centellados 
en las tardes cenicientas, 
bajo los cielos preñados de tormentas!... 
Olivares, Dios os dé los eneros 
de aguaceros, 
los agostos de agua al pie, 
los vientos primaverales, 
vuestras flores racimadas; 
y las lluvias otoñales 
vuestras olivas moradas. 
Olivar, por cien caminos, 
tus olivitas irán 
caminando a cien molinos. 
Ya darán 
trabajo en las alquerías 
a gañanes y braceros, 
¡oh buenas frentes sombrías 
bajo los anchos sombreros!... 
¡Olivar y olivareros, 
bosque y raza, 
campo y plaza 
de los fieles al terruño 
y al arado y al molino, 
de los que muestran el puño 
al destino, 
los benditos labradores, 
los bandidos caballeros, 
los señores 
devotos y matuteros!... 
¡Ciudades y caseríos 
en la margen de los ríos, 
en los pliegues de la sierra!... 
¡Venga Dios a los hogares 
y a las almas de esta tierra 
de olivares y olivares!

A dos leguas de Úbeda, la Torre 
de Pero Gil, bajo este sol de fuego, 
triste burgo de España. El coche rueda 
entre grises olivos polvorientos. 
Allá, el castillo heroico. 
En la plaza, mendigos y chicuelos: 
una orgía de harapos... 
Pasamos frente al atrio del convento 
de la Misericordia. 
¡Los blancos muros, los cipreses negros! 
¡Agria melancolía 
como asperón de hierro 
que raspa el corazón! ¡Amurallada 
piedad, erguida en este basurero!... 
Esta casa de Dios, decid hermanos, 
esta casa de Dios, ¿qué guarda dentro? 
Y ese pálido joven, 
asombrado y atento, 
que parece mirarnos con la boca, 
será el loco del pueblo, 
de quien se dice: es Lucas, 
Blas o Ginés, el tonto que tenemos. 
Seguimos. Olivares. Los olivos 
están en flor. El carricoche lento, 
al paso de dos pencos matalones, 
camina hacia Peal. Campos ubérrimos. 
La tierra da lo suyo; el sol trabaja; 
el hombre es para el suelo: 
genera, siembra y labra 
y su fatiga unce la tierra al cielo. 
Nosotros enturbiamos 
la fuente de la vida, el sol primero, 
con nuestros ojos tristes, 
con nuestro amargo rezo, 
con nuestra mano ociosa, 
con nuestro pensamiento 
—se engendra en el pecado, 
se vive en el dolor. ¡Dios está lejos!—. 
Esta piedad erguida 
sobre este burgo sórdido, sobre este basurero, 
esta casa de Dios, decid, oh santos 
cañones de von Kluck, ¿qué guarda dentro?







El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...