lunes, 17 de octubre de 2022

Hijo del Sol.


La luz, la hermosa luz del Sol,
cruel envío de un imposible,
dorado anuncio de un fuego
hurtado al hombre,
envía su fulgurante promesa arrebatada,
siempre, siempre en el cielo, serenamente estático.

Tú serías, tu lumbre empírea,
carbón para el destino quemador de unos labios,
sello indeleble a una inmortalidad convocada,
sonando en los oídos de un hombre alzado a un mito.

¡Oh estrellas, oh luceros! Constelación eterna
salvada al fin de un sufrimiento terreno,
bañándose en un mar constante y puro.
Tan infinitamente,
sobrevivirías, tan alto,
hijo del Sol, hombre al fin rescatado,
sublime luz creadora, hijo del universo,
derramando tu sonido estelar, tu sangre mundos.

¡Oh Sol, Sol mío!

Pero el Sol no reparte
sus dones:
da solo sombras,

sombras, espaldas de una luz engañosa,
sombras frías, dolientes muros para unos labios
hechos para ti, Sol, para tu lumbre en tacto.

Yo te veo, hermosísimo,
amanecer cada día,
sueño de una mente implacable,
dorado Sol para el que yo nací como todos los hombres,
para abrasarme en tu lumbre corpórea,
combustible de carne hecho ya luz, luz solo, en tu pira de fuego.

Solo así viviría...

Pero te miro ascender lentamente,
fulgurando tu mentida promesa,
convocando tan dulce sobre mi carne el tibio
calor, tu hálito mágico,
mientras mis brazos alzó tendidos en el aire.

Pero nunca te alcanzo, boca ardiente,
pecho de luz contra mi pecho todo,
destino mío inmortal donde entregarme
a la muerte abrasante hecho chispas perdidas.

Devuelto así por tu beso a los espacios,
a las estrellas, oh sueño primaveral de un fuego célico.
Devuelto en brillos dulces, en veladora promesa,
en ya eterna belleza del amor, con descanso.



Vicente Aleixandre.


El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...