martes, 21 de mayo de 2019

Fábula.


A Jorge Guillén

Eco, perseguidora de Narciso,
ahora quieta, apretada,
sin voz ni sangre, mineral, se opone
a la dilatación de los sonidos.

Alta roca vestida con espejos
detrás de los cristales de su brillo,
negras paredes niegan a su alma
sendas conducidoras de lo externo.

Aislada, meditando, sin oídos,
en el silencio de su piel los vértices
de las luces y voces rechazadas.
Su pena tiene por lenguaje un río.

¿Qué no dirán sus aguas transparentes
hablando del amor que la devora?
¿Qué pintura no harán de la belleza
de aquel que al contemplarse en tal murmullo
inmóvil desnudó su pensamiento?

¡Oh blanca flor sin carne en la ribera!
¿Cómo olvidar tu forma conseguiste?
¿Cómo pudiste derribar los muros
que guardaban tu alma inaccesible?

Ahora ya flor o puro pensamiento,
tu perfume, alma externa, se dilata amorosa,
engolfándose en el aire.
Esto quedó de ti, de tu hermosura.

Al verla reflejada en la corriente
supiste transformarla en poesía.
Esto quedó de ti. Y tu recuerdo,
dibujado en la entraña de una roca,
continua madre, manantial de un río.

Manuel Altolaguirre.

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