martes, 6 de noviembre de 2018
Elegía a Federico García Lorca.
Me olvido de vivir si te recuerdo,
me reconozco polvo de la tierra
y te incorporo a mí, como lo hace
la parte más cercana de tu tumba,
esa tierra insensible que suplanta
el amoroso afán de tus amigos.
Acabada tu vida, permanece
con su total contorno dibujado:
no hay puerta que te lleve a lo futuro.
El árbol de tu nombre ha florecido
en una incalculable primavera.
La muerte es perfección, acabamiento.
Sólo los muertos pueden ser nombrados.
Los que vivimos no tenemos nombre.
Los míticos honderos de la fama
tiran los cantos de tu nombre al mundo
y el lago de la vida abre sus ojos
con párpados de vidrio interminables:
No hay montaña, no hay cielo, no hay llanura,
que en círculos concéntricos no agrande
el eco de tu nombre esclarecido.
No es dolor fraternal, no es pena humana,
es parte, mi pesar, del sentimiento
que hace de las estrellas pensativas
flores sobre la noche que te cubre.
Te escribo estas palabras separado
del cotidiano sueño de mi vida,
desde un astro lejano en donde sufro
tu irreparable pérdida llorando.
Manuel Altolaguirre.
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