miércoles, 4 de julio de 2018

La ira cuando no existe.



No busquéis esa historia que compendia la sinrazón de la Luna, el color de su brillo cuando ha ganado su descanso.
La consistencia del espíritu consiste solo en olvidarse de los límites y buscar a destiempo la forma de las nubiles, el nacimiento de la luz cuando anochece. Porque yo me soporto. Habéis oído el cerrar de una puerta, ese latido súbito que ha quedado sobrecogido en vuestros cabellos.
No pretendáis verlo convertido en madera, no pretendáis siquiera verlo separado de vuestro cuerpo en forma de mariposa negra; ni aspiréis tan siquiera al relámpago cárdeno que como ensalmo venga a despejar la atmósfera, a poner claros vuestros ojos. Vuestra frente es de nieve. La he paseado muchas veces cuando murmurabais mi nombre, pero siempre a traición, porque nunca he conseguido ver la forma de vuestros labios. Pero en vano me han dicho que pájaros y peces se entrecruzaban en silencio, y que su comprobación era fácil. Una mano de goma, tan ligera que el viento no la sentía entre sus venas, he deslizado cautamente. Pero no lo he conseguido. En vano un poco de yesca hacía presumir, con su brillo de fósforo, un poco de sensibilidad en las uñas, Su redondez nativa, la ceguedad ronquísima, se arrastraba entre lana en busca del frío, o acaso de la pluma, o acaso de esa catarata de estertores que, envueltos en materia, me habían de anegar hasta el codo. No lo he sentido. Mil bocas de heno fresco, mil palabras de mañana he tropezado en mi camino. Mi brazo es una expedición en silencio. Mi brazo es un corazón estirado que arrastra su lamentación como un vicio. Porque no posee el cuchillo, el ala afiladísima que después de partirme la frente se hundió bajo la tierra. Por eso me arrastraré como nardo, como flor que crece en busca de las entrañas del suelo, porque ha olvidado que el día está en lo alto.

No me olvidéis cuando q s llamo. Sois vosotros los silencios de humo que se anillan entre los dedos. La difícil quietud en cruz de vientos. Ese equilibrio misterioso que consiste en olvidarse del sueño, mientras los anhelos brillan como gargantas.

Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...