martes, 27 de septiembre de 2016

La voz a ti debida (Versos 655 a 701)



¡Qué día sin pecado!
La espuma, hora tras hora,
Infatigablemente,
Fue blanca, blanca, blanca.
Inocentes materias,
Los cuerpos y las rocas
-desde cenit total,
mediodía absoluto-
estaban viviendo de la luz,
y por la luz y en ella.

Aún no se conocían
la conciencia y la sombra.
Se tendía la mano
a coger una piedra,
una nube, una flor, un ala.
Y se las alcanzaba a todas,
porque era antes de las distancias.
El tiempo no tenía sospechas de ser él.
Venía a nuestro lado,
sometido y elástico.
Para vivir despacio,
de prisa, le decíamos:
“Para”, o “Echa a correr”.
Para vivir, vivir
sin más, tú le decías:
“Vete”.
Y entonces nos dejaba
Ingrávidos, flotantes
en el puro vivir sin sucesión,
salvados de motivos,
de orígenes, de albas.
Ni volver la cabeza
ni mirar a lo lejos
aquel día supimos tú y yo.
No nos hacía falta.
Besarnos, sí.
Pero con unos labios
tan lejos de su causa,
que lo estrenaban todo,
beso, amor, al besarse,
sin tener que pedir perdón
a nadie, a nada.

Pedro Salinas.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...