jueves, 17 de marzo de 2016

El homenaje a Luis Cernuda.



No vengo yo en este momento a esta mesa
como amigo de Luis Cernuda, ni amigo
vuestro, ni a ofrecer este banquete para
cumplir un rito gastado ya en tantas farsas
con discursitos decorados, con envidias
cubiertas de veneno y lágrimas de cocodrilo.
No vengo tampoco dispuesto a que mi voz la
lleve el aire para recibir en cambio, como
tantas veces, una bandeja de aplausos
coronada por un "muy interesante" de
merengue. Yo vengo para saludar con
reverencia y entusiasmo a mi "capillita" de
poeta, quizá la mejor capilla poética de
Europa, y lanzar un vítor de fe en honor del
gran poeta del misterio, delicadísimo poeta
Luis Cernuda, para quien hay que hacer otra
vez, desde el siglo XVII, la palabra divino, y
a quien hay que entregar otra vez agua,
juncos y penumbra para su increíble cisne renovado.
No me equivoco.

Lo que voy a decir es
verdad y está en la conciencia de toda
persona sensible. La aparición del libro La
realidad y el deseo es una efemérides
importantísima en la gloria y el paisaje de la
literatura española.
No me equivoco, porque para decir esto aquí
yo he luchado a brazo partido con el libro,
leyendo sin gana al acostarme, al levantarme;
leyendo con dolor de cabeza, sacando ese poquito de odio
que sentimos todos contra autores de obras
perfectas; pero ha sido inútil. La realidad y el
deseo me ha vencido con su perfección sin
mácula, con su amorosa agonía encadenada,
con su ira y sus piedras de sombra.

Libro delicado y terrible al mismo
tiempo, como un clave pálido que manara
hilo de sangre por el temblor de cada
cuerda. No habrá escritor en España, de la
clase que sea, si es realmente escritor,
manejador de palabras, que no quede
admirado del encanto y refinamiento con
que Luis Cernuda une los vocablos para
crear su mundo poético propio; nadie que no
se sorprenda de su efusiva lírica gemela de
Bécquer y de su capacidad de mito, de
transformación de elementos que surgen en
el bellísimo poema "El joven marino con la
misma fuerza que en nuestros mejores
poetas clásicos.

Entre todas las voces de la
actual poesía, llama y muerte en Aleixandre,
ala inmensa en Alberti, lirio tierno en Moreno
Villa, torrente andino en Pablo Neruda, voz
doméstica entrañable en Salinas, agua
oscura de gruta en Guillén, ternura y llanto
en Altolaguirre, por citar poetas distintos, la
voz de Luis Cernuda erguida suena original,
sin alambradas ni fosos para defender su
turbadora sinceridad y belleza.

La pluma que dibujó los primorosos mapas
de los árabes, la que inventó clavellinas y
negras mariposas en las cintas de los niños
muertos, la pluma que ha escrito con sangre
una carta de amor sobre la que después se
ha escupido, la que ha copiado con temblor
un torso de Apolo en la agonía de los
institutos, pluma de pena y frenesí de rocío.
es la que ha sostenido entre sus dedos Luis
Cemuda mientras oía la voz que dictaba su
Realidad y el deseo.

Desde que el poeta canta en 1924:
Va la brisa reciente
por el espacio esbelta
y en las bojas, cantando,
abre una primavera.
empieza un duelo con sus tristezas, con su
tristeza de sevillano profundo, duelo
elegantísimo, con espadín de oro y careta
de narcisos; pero con miedo y sin
esperanza, porque el poeta cree en la
muerte total. Este duelo sin esperanza de
paraíso, que hace que el poeta quiera fijar
eternamente los hombros desnudos de un
navegante o una momentánea cabellera,
anima todas sus páginas, hasta que al fin
cae victoriosamente rendido.

Fortalecido estoy contra tu pecho
y augusta piedra fría,
bajo tus ojos crepusculares,
¡oh madre inmortal!
en el grave himno de la "Tristeza", uno de
los últimos de La realidad y el deseo.
No es hora de que yo estudie el libro de Luis
Cernuda, pero sí es la hora de que lo cante.
De que cante su espera inútil, su impiedad, y
su llanto, y su desvío, expresados en norma,
en frialdad, en línea de luz, en arpa. No me
equivoco. No nos equivocamos. Saludemos
con fe a Luis Cernuda. Saludemos a La
realidad y el deseo como uno de los mejores
libros de la poesía actual de España.


Federico García Lorca.

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