miércoles, 23 de septiembre de 2015

Superficie del cansancio.






El que un hombre esté triste como yo
no es razón para que me eches en cara
la forma de mi sombrero.
Te lo brindaría al sol, tendido, si te gustase.

Pero me gustan tus ojos,
me gustas tú y no es porque me engañes
sino porque la campiña ha perdido todos sus accesorios.

¡Esencial! Aquí en la capital es donde mejor se adivina.
Tú eres hermosa como la hoja de un almanaque.
Día a día lo vengo comprobando.
Y no esperes que yo te mienta,
porque me duele la caja del pecho de tanto almacenar ilusiones.

Toda mi sangre viene cantando la misma canción,
acompañada, reíos, reíos, de una pandereta.

Tan, tan. Tan, tan, tan, tan.

Las rodajas de lata os las serviría
yo a todos para que comulgaseis con mis sentimientos.
Pero vosotros tenéis el pelo rizado,
convulso, y parecéis eléctricos.

Me resultáis admirables. Inservibles.
Desmontados.
Sólo tú, la de siempre,
sacas la lengua porque has comprendido
que le va muy bien al crepúsculo.

Con la punta tocas la pura miel
que él te sirve y encuentras muy endebles
todas mis objeciones.

No, si no te discuto.
¿Pero no comprendes que empequeñeces la Naturaleza así,
con tu servilleta prendida?


Luego pretenderás degustar el café
y exigirás en él unos inéditos puntos luceros,
que no interrumpan su silencio.

¡Ah, qué doméstica!
No me mientas el común, el resobado,
el ya desleído aguardiente y agua.

¡Ah, qué harto estoy de amaneceres!
Cada hora un manjar, un espíritu.
¡Materialista!

Y todo porque te has comprado
un sombrero de paja, pamela italiana,
y has sentido crecer todos tus dedos
para prolongar la languidez de tus gestos.

El aire está poblado de cintas
que se enredan cada vez más
a cada ondeamiento de tus manos en desmayo.

¿A ver: no hay por ahí un jazz?
Por de pronto arráncate ese sombrero.

Pero tienes las caderas tan finas
que si te estrecho te daré dos vueltas con mi brazo.
Me desenredo de tu cintura rápidamente,
y qué bonito trompo luminoso, vertical, con música.

Te amo, perinola: canta.
Todo el paisaje, monocorde, lírico.
Tendida, abres los ojos y todos giramos a tu alrededor.



Vicente Aleixandre.

El viejo y el Sol. Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco, en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía. Yo p...