miércoles, 24 de septiembre de 2014
Amor solo.
Sólo el Amor me guía.
Sólo el Amor y no ya la esperanza,
sólo el Amor y ni la fe siquiera.
El Amor solo.
Tú, amada, a quien ame
y no sé si desamo;
vosotras, mis amantes, que me amasteis,
que me amáis todavía, que ancorasteis
de ancla o de cruz de amor hasta la muerte
vuestros leales corazones míos:
quedaos lejos, más lejos.
E invisible, ya irreal, fantasmal, tú, mi penúltima,
lejos, más lejos, no te necesito.
Es el Amor, solo el Amor, sin nadie,
quien se mueve y me embriaga y me Iibera
y en su reino de Iuz soy todo alas.
Amor, Amor, por fin te veo y te creo.
veo, toco tu faz sin antifaces.
Sí, ya eres tú, la fiera de tus ojos
sigue siendo la misma, la que ardía
- taimada y doble ascua, infierno en cielo -
asomando a La tela sin pestañas
- merco de ojales crueles de tijera -
de las sedas extrañas que abultaban
narices deshonestas, que a las bocas
no querían cubrir, pozos impúdicos
si abiertas, flores si cerradas,
vírgenes flores misteriosas, serias.
Pero tú, mi Amor solo, tú, mi pascua,
fuiste dejando deshojar el lastre
de tus sedosas máscaras: la verde,
la de rústica rosa ensangrentada,
La de amarilla palidez dulcísima,
la negra acuchillada de fulgores.
Mis manos, torpes, las acariciaban,
querían desgajarlas, pero en vano.
Ellas reían o quizá lloraban,
mientras mis dedos patinaban sedas
y ni un pliegue fruncían.
Y, ensortijando atrás cabellos de humo,
del enigma luzbel se consolaban.
Tú, mi incesante, océano sin fondo
bajo La espuma varia de colores,
esperabas la fecha, mi desánimo,
mi reniego y renuncia,
mi cerrar de ojos crédulos,
para calladamente desprenderte
de la hoja o antifaz, roto el pedúnculo.
Y al alzar yo mis párpados
no te reconocía.
Tardaba en darme cuenta meses, años,
de que era un nuevo carnaval, un símbolo
de otro matiz quien con los mismos ojos
- de otro timbre también pero La luz
magnética La misma - mujer nueva,
eterno amor mentido, me esperaba.
No, Amor sin ella, Amor definitivo,
mi Amor, ya para siempre y descubierto,
Amor vacante, Amor o acaso muerte,
mi antiyó, mi antivida,
tú, mi Amor, mío, eternidad lograda,
cielo en la tierra, ancla de Dios
descendida a mi arena submarina
entre un fragor sublime de cadenas.
No. Tú, Amor mío, no eres ellas, no,
sino quien tras de ellas se escondía.
Y yo, en tu rayo y rayo, yo en tu hierro,
celeste Amor después de las mujeres,
- oh revés, mascarilla de la amada,
cóncavo encuentro de último infinito -
yo, vaciado en ti, tu forma beso.
Gerardo Diego.
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