lunes, 3 de septiembre de 2012

Elegía de un banco.


A Arnulfo Córdoba y María Luisa, 
en un banquito de la Plaza San Telmo 

¿Y puede ser este solar mendigo, 
lleno de calles harapientas, 
la plaza en la que estuvo 
el banco aquel, en que el hogar de ahora 
el amor puso la primera piedra? 
El banco ya no existe. 
Nadie más que nosotros todavía 
verlo podrá, ociosamente echado 
a la sombra o al sol, junto a unas casas 
que en familia vivían sus colores. 
Parecía de todos aquel banco, 
que no tuviese soledad ni mundos 
de silencio interior; pero a nosotros 
siempre nos protegía, recordando 
que fue árbol con nidos y que tuvo 
también su juventud de ramas verdes. 
Y de aquel banco público, 
huésped de una placita que el mar rumoreaba, 
íntimo como un surco, 
feliz como una ceja, 
levantábase el bosque 
de nuestras confidencias, 
un enjambre 
de economías y proyectos, 
tu ajuar de novia, pájaros en la voz, 
el hormiguero de los días 
con su brizna de miel entre las alas 
y con su luz amarga en ocasiones. 
El banco aquel, una ilusión flotante, 
dejaba de ser nube, 
tocaba tierra firme 
al ponernos de pie para marcharnos, 
color la tarde de tus ojos. 
Ya el banco no está allí. 
La plaza misma 
está cayendo a golpes de piqueta, 
la abatirá la lanza de una calle 
y no tendrá una cruz que la recuerde. 
Pero él sigue anidándonos y acoge 
nuestros brazos de hoy en su espejo de antes, 
proyectada su sombra en nuestros hijos. 
Fieles a su amistad, no lo olvidamos 
nosotros y la mar, cuyos rumores 
ni podrán arrancarlos de la sangre 
ni serán derribados por barrenos. 
¡Pobre banquito nuestro! 
Ojalá te hubieran enterrado 
en la canción de cuna de las aguas, 
tendido entre las olas 
desplegadas las velas del recuerdo. 
Y así a ti mismo fiel continuarías 
peregrinando nubes y horizontes 
en tu vaivén de tabla enamorada. 


Pedro García Cabrera.

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