viernes, 15 de septiembre de 2017

In memoriam A.G.



  In memoriam A.G. 
-André Gide-

Con él su vida entera coincidía,
Toda promesa y realidad iguales,
La mocedad austera vuelta apenas
Gozosa madurez, tan demoradas
Como día estival. Así olvidaste,
Amando su existir, temer su muerte.

Pero su muerte, al allegarle ahora,
Calló la voz que cerca nunca oíste,
A cuyos ecos despertaron tantos
Sueños del mundo en ti nunca vividos,
Hoy no soñados porque ya son vida.

Cuando para seguir nos falta aliento,
Roto el mágico encanto de las cosas,
Si en soledad alzabas la cabeza,
Sonreír le veías tras sus libros.
Ya entre ellos y tú falta de sombra,
Falta su sombra noble ya en la vida.

Usándonos a ciegas todo sigue,
Aunque unos pocos, como tú, os digáis:
Lo que con él termina en nuestro mundo
No volverá a este mundo. Y no hay consuelo,
Que el tiempo es duro y sin virtud los hombres.
Bien pocos seres que admirar te quedan.


Luis Cernuda.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Una pareja perdida.



Iban los dos vestidos con descaro
-minifalda, melenas-
cogidos de la mano,
tan jóvenes que casi daban miedo,
tan absortos en un cero que,
aunque no se veían, les unía absolutos
algo fieramente puro.
Iban a cualquier parte cogidos de la mano.
Se amaban sin tristeza,
ni alegría, ni nada.
Y a veces se miraban, pero no se veían.
Y luego se sentaban en un banco cualquiera.
Pero no se veían.
Ella era muy bonita; parecía aturdida;
él, feroz y esmirriado.
No hablaban. No tenían ya nada que decirse.
Ya no se deseaban.
Pero seguían juntos, cogidos de la mano,
frente a algo que espantaba.

Mientras el transistor seguía sonando.


Gabriel Celaya.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Pónme.



Pónme tus manos en los ojos
Para guiarme como a un ciego
Por el fantasmal laberinto
De mi oscuridad y mi silencio.
Igual que cuando éramos niños
Y jugábamos a perdernos
Por largos pasillos y alcobas
De un enorme caserón viejo.
Tú apoyabas contra mi espalda
El blando empuje de tu cuerpo
Mientras me cegaban los ojos
La suave prisión de tus dedos.
Me guiabas para perderme
En el tenebroso misterio,
Sintiendo nuestros corazones
Que latían al mismo tiempo.
Por los ilusorios caminos
Que inventabas, me ibas perdiendo,
Paso a paso, gozosamente,
En la noche de nuestro juego.
Desde entonces viví soñando
Con aquel infantil infierno
Por el que tus manos de niña
Me guiaban para perdernos.


José Bergamín.

martes, 12 de septiembre de 2017

La ventana.



Cuánta tristeza en una hoja del otoño,
dudosa siempre en último extremo
si presentarse como cuchillo.
Cuánta vacilación en el color de los ojos
antes de quedar frío como una gota amarilla.
Tu tristeza, minutos antes de morirte,
sólo comparable con la lentitud
de una rosa cuando acaba,
esa sed con espinas que suplica a lo que no puede,
gesto de un cuello, dulce carne que tiembla.
Eras hermosa como la dificultad de respirar
en un cuarto cerrado.
Transparente como la repugnancia a un sol ubérrimo,
tibia como ese suelo donde nadie ha pisado,
lenta como el cansancio que rinde al aire quieto.
Tu mano, bajo la cual se veían las cosas,
cristal finísimo que no acarició nunca otra mano,
flor o vidrio que, nunca deshojado,
era verde al reflejo de una luna de hierro.
Tu carne, en que la sangre detenida apenas consentía
una triste burbuja rompiendo entre los dientes,
como la débil palabra que casi ya es redonda
detenida en la lengua dulcemente de noche.
Tu sangre, en que ese limo donde no entra la luz
es como el beso falso de unos polvos o un talco,
un rostro en que destella tenuemente la muerte,
beso dulce que da una cera enfriada.
Oh tú, amoroso poniente que te despides como dos brazos largos
cuando por una ventana ahora abierta a ese frío
una fresca mariposa penetra,
alas, nombre o dolor, pena contra la vida
que se marcha volando con el último rayo.
Oh tú, calor, rubí o ardiente pluma,
pájaros encendidos que son nuncio de la noche,
plumaje con forma de corazón colorado
que en lo negro se extiende como dos alas grandes.
Barcos lejanos, silbo amoroso, velas que no suenan,
silencio como mano que acaricia lo quieto,
beso inmenso del mundo como una boca sola,
como dos bocas fijas que nunca se separan.
¡Oh verdad, oh morir una noche de otoño,
cuerpo largo que viaja hacia la luz del fondo,
agua dulce que sostienes un cuerpo concedido,
verde o frío palor que vistes un desnudo!


Vicente Aleixandre.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Hoy.



Hoy quisiera ser ciego
y recorrer el mundo
pensando que eres tú.
En esta noche estás inacabable
y no te ven mis ojos.
No sé cómo terminas ni hasta dónde,
qué miembros nuevos se te agregan;
si piensas con tu frente, si con el mar me quieres,
¿te acordarás de mí con los astros distantes?
En caricias me baño.
Formas nuevas y tuyas, líquidas,
a mi cuerpo se ciñen como el aire.
¿Eres tú? ¿Son los pliegues de tu aliento
que cuelga largo, para envolverme?
¿Eres tú, traspasada, cóncava para mí,
morada mía, sangrando una invisible calentura?
Ciego de amor, oscuro, ¿dónde estoy?
Tú estás aquí, en los altos pensamientos.
Mis pensamientos, pueden llover sobre los campos,
pueden ensombrecer a las ciudades.
Eres sol de mi cielo, vestida estás conmigo,
te desnudas de mí, devoras con tu fuego.
Por pequeña que sea una distancia se puede dividir.
Eres profunda.
Dentro y fuera te quiero,
siendo ardor, siendo luz,
siendo memoria, siendo recuerdo,
con toda mi alma; con todos los montes,
con el enorme peso del mundo donde vives.


Manuel Altolaguirre.

  Noche inicial Cerrada. Campo desnudo.  Sola la noche inerme.  El viento insinúa latidos sordos contra sus lienzos. La sombra a plomo ciñe ...