lunes, 26 de junio de 2017

Soledades.



Todas las soledades -grises víboras- muerden
la duda que taladra mis sienes abatidas.
Nadie finge camino en torno de mis plantas
que repliegan, medrosas, su impulso derrotado.

¡Soledad de mi frente !
Un residuo de sueños la empolva de ceniza.
-¡Qué siniestra bandada de ideas en delirio
entrega al huracán su pálido plumaje!-.

¡Soledad de mis labios! Escondida zozobra
de los besos en flor que no abrasa el estío,
nostalgia de capullo condenado a vivir
su eterna adolescencia.

¡Soledad de mis manos! Inefable tortura
del gesto que se duerme en trance de caricia.
¿Para qué la ansiedad que entreabre mis palmas
si adhieren a su curva inútiles vacíos?

Soledades que cercan con límites de hierro
la expansión luminosa y frágil de mi vida...
¡ Rompe tú las amarras que me retienen, muda,
en el hueco sombrío de mi rincón doliente !


Ernestina de Champourcín.

      Eternidad. Este jardín donde estoy siempre estuvo en mí. No existo. Tanta vida, tal conciencia, borran mi ser en el tiempo. Conocer la...